domingo, 9 de junio de 2024

He notado que el afán de notoriedad, el impacto mediático y el afán de figuración mueven harto las agendas personales. Supongo que está bien. Hay quienes tienen ese talento para las relaciones públicas. Lo llevan en la sangre y en la crianza. Han construido su vida entera en torno al roce y al contacto oportuno. Han hecho de su máscara social su mina de oro. En cambio, hay quienes, como yo, que sencillamente no cuentan con ese temperamento, con ese impulso. Con el tiempo, uno evita los grandes círculos, las grandes reuniones, los grandes espacios y encuentra razonable y hasta deseable la idea del "insilio", neologismo que nos remite a la idea de estar pero no estar. Se crea una imagen, una cierta "figura", a punta de ensayo error, porque se pretende persistir en un oficio que, obsesión mediante, ha conllevado grandes aciertos y muchísimos placeres, aunque, sobre todo, incontables sinsabores. Como algunas circunstancias adquieren ribetes dramáticos, y llegan a presentar verdaderos "giros" argumentales, inexplicables, inexorables, se debe aprender -incluso a la fuerza- a amar al proceso y desapegarse del resultado. A punta de estoicismo, se sobrelleva el desastre de la expectativa. Aunque el momento de la catársis, posterior a la catástrofe, es liberador. Derrumbada la antigua imagen, derrumbada aquella figura, su necesidad imperiosa, entonces es cuando puedes abocarte por entero a un derrotero alternativo, palabra por palabra, a un relieve discursivo, narrativo y poético propio, pese a la ignomnia gravitante.

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