Apenas llegó el atardecer, salí a dar una vuelta por el barrio. Tranquilo como de costumbre. Me puse a escuchar música mientras contaba los pasos en el podómetro. Un playlist aleatorio de youtube. De pronto, sonó el clásico Entre dos tierras de Héroes del silencio. El clásico video de la pareja peleándose y agarrándose con todo. Justo en ese instante, en medio de la golpiza, sonando el ritmo de la batería y la guitarra de fondo, un par de gatos se atravesaron en mi camino. En menos de lo que duró el coro, comenzaron a mirarse fijamente, engrifados. De un momento a otro, los gatos se abalanzaron el uno contra el otro, furiosamente, abarcando gran parte de la calle. A la pelea, llegaron otro par de gatos que, expectantes, miraban desde afuera y parecían alentar la lucha o esperar su turno. Los perros detrás de las rendijas de algunas casas no paraban de ladrar. Los gatos seguían peleando sin fin. No dejaba de mirarlos, impresionado por tal despliegue que se prolongó más de lo debido. De fondo, Bunbury declaraba, a viva voz: “si yo no tengo la culpa de verte caer”. Cuando los gatos se cansaron, el espectáculo terminó abruptamente. Los perros dejaron de ladrar. Los otros gatos se retiraron. Y yo seguí mi camino, al cambio de la pista. Creo que era Jung el que hablaba sobre la sincronicidad, esa loca coincidencia entre dos eventos que parecen estar relacionados entre sí, pero que no tienen una conexión causal evidente. Tal vez esos gatos eran tan solo la manifestación de un estado de ánimo, o yo mismo, el humano que pasaba por ahí, me volví el profeta de la discordia ante su presencia. Un extraño, un peregrino que invitaba a la hostilidad.
1 comentario:
Las coincidencias quizás pavimentan el relato de lo cotidiano.
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