I
En un idioma hermético y críptico se traduce el lenguaje de la inmortalidad, esa inmortalidad tan oscura como el abismo en el que yacen todas las noches del tiempo.
II
La belleza es deseada por la bestia noble escondida dentro del escritor. Ella abomina de la bestia, pero necesita del encanto de las palabras para ser invocada.
III
La belleza yace poseída por el espíritu maligno del lenguaje. Se vuelve la médium que comunica el mundo oscuro con el mundo exterior, en apariencia, ordenado, orgánico. Solo un exorcismo la podrá liberar. Ella es la clave para purgar la maldición.
IV
La plaga amenaza el reino de lo material, y las ratas comienzan a invadir sus esquinas y sus callejones. Infectan a la gente de a pie, a sus ciudadanos, despavoridos, desconsolados ante el encuentro con lo desconocido, con lo otro siniestro, eternamente Otro.
V
Quien escribe insomne, recuerda al conde que se alimenta de los subyugados. Sin embargo, ha perdido toda nobleza y solo le queda el hábito de traducir con sangre las palabras que conjuran su propia maldición, antes que amanezca.
VI
La página en blanco, cual vampiro, tiene apetito. Si se le despierta, buscará afuera la sangre tierna de alguna musa que no le pertenezca a su autor. Así, sus palabras nocturnas habrán consumado el coito y desaparecerán –no correspondidas- con el primer atisbo de luz.
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