domingo, 2 de octubre de 2022

Sacarse el bozal

1.- Primer día en que se libera el uso de mascarillas. Sin embargo, al salir a la calle, extrañamente, no pocas personas seguían con el bozal. Muchos la lucían casi orgullosos, como si el solo hecho de llevarlas ahora desobedeciera el mandato de su eliminación. Así, rebeldes, en sentido inverso, con la mascarilla cubriendo su boca, caminaban sin ningún problema, creyendo espantar al bicho omnipresente y emulando la misma rutina establecida hace ya más de dos años. Nada parece haber cambiado para estos emisarios del bozal, demasiado acostumbrados a usarlo con diseños cada vez más exclusivos, al punto de considerarlos con criterios estéticos.

2.- Dicen que el hombre es un animal de costumbres, y la correcta aplicación de las medidas sanitarias no era la excepción a esa regla. Merced a su redundancia, la mascarilla acabó por mezclarse a la piel del ciudadano medio. Sin ese distintivo, no podría ocultar la vergüenza de andar a rostro descubierto y ser inconscientemente señalado, aunque, efectivamente, ya no hubiera necesidad. En tanto, los que circulaban sin el bozal lo hacían de manera parsimoniosa, apenas dirigiendo la mirada a los porfiados que aún seguían con la mascarilla puesta. Para ellos, en el fondo, acabó el mandato, no la pandemia, por lo que el mandato sobrevive en sus mentes y el miedo al bicho continúa incubado en sus corazones. La mascarilla persistente solo es muestra de que no había que quitársela de la boca, necesariamente, sino de adentro. Un bozal silencioso seguía penando en su interior, y no cabía allí ninguna otra restricción que la costumbre del portador, unida a la impostada moral del autocuidado.

3.- En el centro, pese a todo, seguían algunos ambulantes vendiendo mascarillas. Una señora gritaba a viva voz que eran los últimos lotes de a luca que quedaban. “Aproveche antes que se acaben”, exclamaba como en la feria, buscando convencer a los clientes de rostro descubierto o a los que necesitaban todavía el placebo de la boca tapada. Resulta que se eliminó la obligatoriedad, no su uso voluntario, por lo que mucha gente prefirió seguir llevándola a resguardo del bicho redundante o por la irresistible fuerza de la inercia. Y, en este sentido, la merca y el contrabando de bozales no podía desaparecer, sobre todo cuando se abrió un último nicho de liquidación.

4.- En más de una ocasión, me ha tocado devolverme para ir a buscar la mascarilla cuando ya andaba en plena calle, consciente de que ir con mi rostro real significaba no poder tomar la locomoción colectiva ni acceder a ningún recinto cerrado. De modo que estaba obligado a tomar la mascarilla olvidada y salir nuevamente, pero con el sello que me permitiría una mejor atención, fuera al lado que fuera. Y es por esto mismo que ya no se trataba precisamente de la cuestión de salud: se trataba, antes que nada, de integrarse a la vida social, aunque su precio fuera el de cubrirte hasta quedar irreconocible.

5.- El cambio de medida significó para muchos, una catarsis; para otros, un mero protocolo. Los más entusiastas, de espíritu anti plandémico, celebraron en grande, incluyéndome. Hay incluso videos de una celebración en un casino, en donde contaban los segundos, hasta dar las doce del uno de octubre, para gritar ¡libertad! Pero, por otro lado, algunos escépticos advirtieron que no había nada que celebrar. Que, nuevamente, las elites detrás de la política sanitaria han ganado, por la sencilla razón de que demostraron mantener, durante más de dos años, medidas restrictivas, en muchos de los casos, absolutamente arbitrarias y escasas de respaldo científico. Al desescalarse los protocolos, sencillamente, dieron por cumplida su faena, luego de una exitosa campaña de vacunación, el mantenimiento de un toque de queda prolongado como excusa política y la implementación de un verdadero plan piloto de crédito social. El uno de octubre, para estos escépticos, ganó el sistema, no ganó la libertad, por el simple hecho de que la libertad no es algo que se le conceda a la ciudadanía desde el Estado, sino que debiera ser ejercida por derecho propio. Entonces, celebrar el fin de las mascarillas solo implica actuar como el perro que estuvo demasiado tiempo con el hocico tapado como para soltar un ladrido. No es un logro, a lo mucho, una victoria pírrica, sobre todo si el uso del bozal dejó tras de sí una multitud de víctimas silenciosas o de talibanes de la salud.

6.- Escuché la otra vez decir en la calle, “hay que sacarse la mascarilla del alma”. Sin contexto, esta frase podría significar muchas cosas. Perfectamente, podría ser sacarse esa mascarilla que le pertenece al alma, una mascarilla metafísica, espiritual; o bien, liberar eso esencial dentro de uno, esa alma, de aquello que la oprimía o la ocultaba, esa mascarilla que es el velo de su verdad revelada.

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