sábado, 25 de junio de 2022

La Doctora Gretel Ledo hablaba, en un video, sobre el inmanentismo, para definir el sustrato filosófico de los transhumanistas. Dicha teoría sostiene que los sujetos, en cuanto fenómenos en sí mismos, sin una trascendencia que los dote de significado, tienen libertad para potenciarse, sin la necesidad de dicha trascendencia espiritual. Esta sería la visión que subyace a la declaración de Nietzsche sobre la “Muerte de Dios” en el siglo XIX, y a la afirmación foucaultiana de que “El Hombre ha muerto”.

Según Gretel, el inmanentismo era, sobre todo, muy patente en Karl Marx, a través de su materialismo ateo, lo cual explicaría el por qué la figura del “hombre nuevo” del socialismo, el hombre sin Dios, es tan próxima a la figura del “transhumano”, pensada por Julian Huxley, luego por Ray Kurzweil, y actualmente por Yuval Noah Harari, apologetas del transhumanismo.

Hay un poema que citó Gretel, escrito por Marx a su esposa, llamado “Orgullo humano”, y que representa, líricamente, aquella visión inmanentista: “Si hemos unido nuestras almas en amor / y un mismo ardor las llena… / entonces, con desprecio, / lanzaré mi guante al rostro del mundo / y veré derrumbarse a ese pigmeo gigante / cuya caída no podrá sofocar mi ardor / Cuando… ebrio de victoria, / camine yo sobre las ruinas / y me sienta igual al creador.”

El inmanentismo estaba muy presente, tanto en la faceta poética de Marx como en la idea revolucionaria del “hombre nuevo”. En suma, el marxismo y el transhumanismo comparten, prácticamente, la misma concepción del hombre: inmanente y materialista, acaso sin sustancia, sencillamente, porque ha muerto Dios, porque lo trascendente no está en su horizonte, porque los hombres pueden, a su vez, pasar “de animales a dioses”, ser su propio Dios, con la poderosa ayuda de la técnica sobre la materia ¿pero a qué costo? Con el costo de hipotecar su libertad y de anular aquello que lo conecta con lo absoluto.

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