martes, 5 de febrero de 2019

A la micro se subió un cabro con polera y playera junto a otro más chico que repartía flyers. Su acento era el de un venezolano. Parecía el típico rapero que se pone a improvisar weas y a pedir unas cuantas chauchas, pero no, se trataba de un predicador de la palabra de Dios. A puro pulso y garganta comenzó a dar la clásica cháchara bíblica frente a los pasajeros, mientras que el otro cabro pasaba puesto por puesto, con notoria y evidente señal de cansancio. El joven predicador veía a la gente abrir la ventana para que entrara un poco de aire, arrimada a la sombrita de la cortina, a la vez que continuaba porfiadamente su rutina. Cuando ya el discurso del cabro se ponía moralista, ilustrando más o menos los castigos que les esperaban a los mentirosos, a los fornicadores, a los pusilánimes y a los asesinos, profirió una frase enfática para rematar: "el infierno espera (pero en ti está la decisión de salvarte)". En eso, cuando se dirigió hacia el fondo de la micro, un compadre se levantó para bajarse, no sin antes devolverle el folleto al cabro y decirle: "no sé si creerte, pero lo único que sé es que hace más calor que la cresta". El compadre se bajaba rápido antes que la micro siguiera su rumbo en segunda fila, ante la mirada atónita y sudorosa del joven predicador. Este, luego de acabado su discurso, volvió sin más a la puerta delantera de la micro para virarse de ahí definitivamente ¿Habrá sido acaso el calor para este cabro una prueba de fe? ¿Habrá sido, en cambio, el calor para aquel compadre una señal irrefutable del sadismo de la creación? ¿O, en última instancia, un indicio de que no existe otra cosa que el Sol y su tiranía? Tal vez el infierno, el verdadero infierno ya estaba ahí, en ese momento, y tenía por nombre Verano, y todos nosotros éramos sus huéspedes penitentes.

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