martes, 5 de febrero de 2019

Fui a la notaria a servir de testigo para que la amiga de una amiga sacara un certificado de soltería. Según consta, el certificado acredita esa condición legalmente con un fin particular (el de la chica en cuestión, parece que tenía que ver con algo un tanto personal). Naturalmente, ambos testigos también eran solteros. Después del trámite, ya se podía decir que la chica era soltera con todas sus letras y con todas las de la ley. Sin más, la soltera legal, con sus dos solteros testigos, como si estuviésemos celebrando una suerte de graduación paradójica o alguna victoria pírrica, fuimos a por unas chelas para brindar por tan sublime estado, amparado ahora por el poder notarial. La chica caminaba serena a nuestro lado, con el certificado de soltería en la mano, casi tanto que lo abrazaba. La soltería será legalizada o no será, parecía pensar ella. Al mismo tiempo, nosotros, los solteros testigos, por cierto, solteros no legales, caminábamos campantes, con toda la sed del verano y con una larga mueca de satisfacción, arrastrando nuestra condición tan naturalmente que no cabía en ella ya asomo ni necesidad de justificación alguna.

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