viernes, 8 de junio de 2018

Cuando subía al patio central del colegio para ir a comprar al kiosco, caía una pelota que una de las cabras en educación física había tirado hacia el patio contiguo, justo en el momento que iba subiendo las escaleras. Alcancé a atajar el balón y se lo arrojé de vuelta a la cabra. Era aquella. La mini escritora. La chica silenciosa y solitaria. Una amiga la esperaba arriba en el patio central pero al rato se dio la media vuelta. Al tener el balón en sus manos otra vez, se acercó y empezó a decir: "Profe, ¿no le ha pasado que de repente no sabe si lo que está viviendo se le olvida? ¿como que se repite pero luego no sabe que pasó?". Algo asombrado por la pregunta, le replico si acaso se refería al deja vu: "No, no es eso. Es como si lo que estuviera viviendo se esfumara. Algo así como un sueño, no sé. No sé si le habrá pasado". Le respondía que sí, que más de alguna vez. El problema de la chica, intuido a la rápida, era quizá uno sensorial o, en última instancia, reflexivo. No podía distinguir entre la interpretación onírica de lo que sentía o bien su interpretación perceptiva. ¿Acaso se puede distinguir a ciencia cierta, tal límite? Ese era el dilema surgido. El contratiempo. Nuestra pequeña Segismundo, con esa inquietud no resuelta, volvía así con la pelota en la mano rumbo al patio central. La pelota era lo único tangible (¿metáfora del mundo?). La pregunta y su respuesta se esfumaban como el propio contenido de su cuestionamiento al paso. Antes de alejarse lo suficiente, alcanzó a decir: "puede que solo esté loca o chata". No me quedó otra que reírme de su ocurrencia.

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