viernes, 14 de diciembre de 2018

El 29 de noviembre, ingresaron diez sujetos vestidos con overoles blancos al Banco Estado de Linares para realizar un simulacro de robo, con máscaras y pinta al más puro estilo La casa de papel, amenazando a todo el personal presente. "¿Creí que es broma, conchetumadre?", le habría dicho uno de los sujetos a una secretaria. Los hechos se prolongaron durante más de una hora, y según consta, fue requerido por los propios pacos. Incluso se cerró el perímetro central de Linares, ante lo cual muchos pensaron que era un robo real. ¿El problema? Que nadie les avisó a los trabajadores que se trataba solo de un simulacro. Todo se habría debido a una mala comunicación entre el comandante de la prefectura y los representantes de la entidad bancaria, pero carabineros se lavan las manos, indicando que se había informado a las autoridades correspondientes, y que el Banco en cuestión no había llevado a cabo correctamente el procedimiento. Algunas de las trabajadoras afectadas por este simulacro demasiado real, se querellaron contra el banco por secuelas de estrés post traumático. "Muy distinto simular una situación de peligro a encañonar a tus trabajadores" explicó uno de los prevencionistas de riesgo implicados en el asunto. "Se trata quizá de algo inédito en Chile", comentó al paso un psicólogo clínico, experto en víctimas de asedio. No sé por qué me acordé de Pigilia. El límite difuso entre la puesta en escena y la práctica de la violencia, que es el mismo límite entre lo ficticio y lo real entendidos como un continuo, forzosamente cercados por un perímetro. El conocimiento sobre ese límite como poder vertical. Baudrillard entendía que el simulacro podía llegar a ser más determinante, no en el sentido de su falsedad, sino que de su implicancia en la construcción de lo real. Para los trabajadores, así fue, efectivamente. Lo sintieron en carne propia, desconociendo el trasfondo del asunto, y experimentando el simulacro como algo real. Su ignorancia respecto a las causas del simulacro se tradujo en la comprobación empírica del horror y la adrenalina. En cambio, para los altos mandos, los autores intelectuales, el montaje tenía que ser lo más fiel posible a una representación de un asalto, superando su falsedad maquiavélica. En palabras de Baudrillard, entonces, podría decirse que "la simulación es infinitamente más poderosa, ya que permite siempre suponer, más allá de su objeto, que el orden y la ley mismos podrían muy bien no ser otra cosa que simulación". Lo que se pensó como un simulacro tuvo efectos hiperreales, consecuencias irreversibles, inapelables. La ejecución de esta farsa cinematográfica traspasó el radio de la caverna bancaria, y llegó hasta los medios en forma de realidad problemática. Si vamos un poquito más allá, esta es la lógica en la que opera el sistema mismo: forzar lo irreal hasta el punto de volverlo hiperreal, procurar que el orden y la ley, pandemonio simbólico, adquiera los colores prístinos de la revelación.

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