viernes, 5 de enero de 2018

Salió anoche una conversa con un amigo sobre el incendio que arrasó con casi toda la bohemia de Bellavista. Él apuntaba al mal mantenimiento de las instalaciones y sistemas eléctricos, la inexistencia de cortafuegos y la nula intención de invertir en cuestiones básicas de seguridad, llenándose los bolsillos a costa de la exposición de los que allí trabajan. La conversa tomó luego otra deriva, sobre las posibilidades de muerte en medio de un incendio como el del otro día. Concluía que lo que mata más rápido es el monóxido de carbono concentrándose en espacios cerrados. La wea liquida derechamente el sistema respiratorio, y te conduce sutilmente al patio de los callados. En cambio, las llamas rostizarían a los individuos involucrados, pero lo harían de una manera más lenta y dolorosa. Una muerte terrible. El amigo asociaba ese tipo de muerte a lo ocurrido en el contexto del gran incendio de Valpo el 2014. Citaba el caso de abuelitos del pasaje Quillota que murieron envueltos en las llamas, imposibilitados de escapar. Algo parecido a lo que en aquella ocasión ocurrió cerca de mi antigua casa. Muchos habían muerto de esa forma, totalmente incomunicados. Sin ir más lejos, la propia casa del Cerro Merced, después del gran siniestro, quedó totalmente devastada, quedando en su lugar solo un terreno baldío y un par de palos quemados que sostenían la vieja estructura. El recuerdo cruento volvía a la vida, la memoria se hacía incandescente. Eso nos llevó inmediatamente, como en un ígneo agujero de gusano, hacia aquel fatídico 2008, el incendio de la casa del Cerro La Cruz, la primera gran tragedia personal. Lo que queda de esa vieja casa ahora es el puro esqueleto y la fachada. Allí fue donde, durante la madrugada, perdimos a dos familiares, en un fuego que hacía reacción en cadena, devorando prácticamente todas las inmediaciones. Le contaba al amigo que aquella vez había despertado de la nada, tal vez sin razón. El humo ya había llegado hasta el living. Mi madre y mi hermana ya se hallaban despiertas. Entonces, ante la emergencia y la inminencia del infierno, escapábamos teledirigidos hacia la calle. En una de esas elucubraciones, luego de haber visto una sobredosis de Dark, le decía que en volada los incendios estaban conectados en el tiempo y el espacio. Que de alguna u otra forma una fuerza intangible había querido que esa noche acabáramos consumidos por el fuego. La explicación sobrenatural siempre resultaba mucho más emocionante que el simple argumento lógico (todavía no probado) del cortocircuito o el choque de unos pajaritos sobre el tendido eléctrico. Por supuesto, eran rollos pasados a película que se nos ocurrían en ese instante, a causa de la emoción y la imaginación. El amigo, para seguir la onda, decía que la muerte tal vez quería completar un patrón, como en Destino final, pero algo, en el último momento, la habría burlado o distraído para siempre, o quizá, solo de manera provisoria, hasta nuevo aviso. En un tono medio solemne, medio bromista, declaraba que a lo mejor simplemente no era nuestra hora. Al rato, seguía extrañado con la naturaleza de la situación. Se preguntaba cómo había despertado aquella vez. Incluso se pasaba otro rollo, aduciendo, (esta vez de manera irónica), que era su presencia la que estaba cargada y habría dejado una estela en el lugar que luego desembocaría inevitablemente en el desastre. Después se preguntaba cómo era posible que no alcanzaran a avisarme aquella vez en medio del incendio, agregando, de paso, que era muy probable que quisieran dejarme botado, como diciendo “que este wn se despierte solo”. Por supuesto, un humor algo negro que solo nosotros entendíamos. Un acto deliberado de auto sabotaje. Una risa sardónica que seguía de inmediato a un gesto de conmoción. El trasfondo era la destrucción de toda una vida, sin mayores explicaciones, pero quizá por eso mismo, por ese tono trágico, el desastre superado, ya asimilado en la conciencia, cicatrizado en la llaga, no merecía, después de todo, más que una nerviosa maniobra de comedia ante la esencia misma de su oscuridad ignota.

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