viernes, 5 de enero de 2018

Dark

Hay algo en la serie Dark que conecta más con Twin Peaks que con Stranger Things. Esta última parece un refrito pop (uno entretenido, en todo caso) en comparación con la primera, llena de una energía genuinamente oscura, una atmósfera de verdad irrespirable. Si hasta en la pieza se sentía un ambiente denso, como medio radiactivo, al momento de su visionado nocturno (producto en verdad del matamoscas echado en los bordes de la ventana). Dark va un paso más allá en la complejidad del misterio. Añade el terror atómico y su influencia en la vida circundante. La paranoia conspirativa suma además el experimento cuántico del viaje en el tiempo, y la manipulación de la realidad material a través de los agujeros de gusano. Todo aquello, entremezclado como un hervidero en el contexto de un pueblito alejado de la gran ciudad (Wilden), en medio de la maraña de una naturaleza sombría, atestada de visiones y apariciones, tal vez representaciones mismas del mal propiciado por la acción del hombre y su desastre nuclear. En suma, hay en Dark una profundidad abismante, y una sobriedad en el estilo que la hace mucho más seria, y su tensión aún más enrevesada. Es el retrato fidedigno de una era post guerra. Repleta de un equilibrio y un orden aparente que bajo su superficie va desatando su propia entropía. Así como el átomo puede ser desintegrado mediante la fisión, también la realidad y la sociedad pueden desintegrarse, y provocar la aniquilación o el residuo de lo que alguna vez fue, un espacio ideal en el tiempo, o su contraparte oculta.

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