sábado, 9 de abril de 2016

La carta

El día Viernes una chica del primer ciclo escribe una carta a la directora solicitando, en calidad de representante del curso, el cambio de profesor de biología. El motivo era que según ella el profesor no explicaba bien, tenía una actitud prepotente y no enseñaba de una manera adecuada, ya que cuando se equivocaba se le hacía ver el error pero en lugar de aceptarlo entraba en cólera. Ella señala que todo su curso y el del segundo ciclo están de acuerdo con su solicitud. Pensé por un momento que si hubiese sido yo ese profesor, no estaría escribiendo esto con tanto entusiasmo. La carta por supuesto no nació completamente de ella, era parte de una actividad enmarcada en el discurso de género. Claro está, no el que discute el rol de la mujer, sino que el que hace la diferencia entre los tipos y los géneros textuales. Me impresionó no tanto la escritura de la carta como la determinación de la chica. Estaba convencida que la expulsión del profesor era la mejor opción para todos. Es más: estaba completamente segura de que lo que escribía tenía la voluntad suficiente para lograr su cometido. Le repliqué que no podía emitir juicio alguno sobre eso, mientas no se conociera la versión del profesor de biología. Increíble cómo de repente una alumna en apariencia desinteresada alza la voz cuando se trata de algo como eso, aunque pudiera ser que todo se trate de una simple estrategia o de un texto de ficción. A juzgar por sus gestos y la forma en que lo comentaba, pareciera que no. Me creía su cuento solo por el hecho de mirarla a la cara, con ese ademán inusual. Resulta inevitable, sin embargo, no sospechar de cualquiera cuando entra en juego esa clase de crítica. Cuando anda circulando un texto como ese. La realidad parece que se delata a si misma en ese hecho. En qué punto el texto adquiere la fuerza suficiente como para superar la palabra oral. La chica decía que no le gustaban las cartas. Pero se veía impulsada a hacerlo por el motivo señalado. El género nace entonces de un impulso, si se quiere, de un capricho; el tipo textual únicamente de un concepto, frío, alejado del deseo y de la necesidad. Inconcientemente vio nacer en ella una voluntad epistolar. A raíz de un hecho en apariencia injusto. En apariencia verdadero. Me interpela a mi también, en tono de broma: "Ahora sí que me gustó escribir cartas... Ojala que la lean (ustedes, los profesores)". Independiente de la veracidad o la falsedad del hecho, todos somos mejores escritores de lo que pensamos, cuando, como la chica, buscamos provocar algo en alguien o, cuando, como el profesor, nos vemos acorralados por nuestros propios actos.

No hay comentarios.: