Un pequeño gato caminaba por una calle abandonada. Parecía ser un simple gato callejero, otro más del montón. Sin embargo, no caminaba sin rumbo. Buscaba algo.
“Pobre, pequeño e inconsciente animal”, pensaría cualquier cristiano al verlo, pero el gato estaba completamente solo.
Caminaba sin parar hasta llegar a un oscuro rincón. Ahí se encontró a un ente apenas distinguible entre las sombras. Lo único visible eran sus cuernos, que parecían estar hechos de azufre. El ente notó al gato y, como si se tratara de una persona, le habló. El gato, por alguna extraña razón, también podía hablar. Estaba sorprendido por lo que había visto, aunque no era tiempo para asombros. Debía seguir su camino.
-¿Quién eres tú?- le preguntó el gato al ente.
-Eso no te lo puedo decir-, respondió.
El gato permaneció quieto, temeroso ante su reacción.
-¿Y qué hago aquí, en este lugar tan feo?-, volvió a preguntarle.
-¿Te refieres a por qué caminas por aquí? Es simple, perdiste algo y lo estás buscando-, contestó el ente.
-¿Y qué fue lo que perdí?-.
El ente se ajustó sus afilados cuernos, mientras sonreía.
-Aquello que te hacía algo vivo, tu cuerpo-, respondió.
El gato parecía realmente confundido.
-¿Mi cuerpo? Pero si ya tengo uno-.
El ente quedó en silencio durante unos segundos. Luego, volvió a sonreír.
-Mi querido amigo, tú has fallecido, y lo que ves ahora mismo no es nada más que una ilusión, una mentira-, contestó, enigmático.
El gato quedó aún más confundido, pero, antes que pudiera responder, el ente volvió a dirigirle la palabra.
-Esto es lo que te hubiera gustado hacer en vida, ¿no es así? -, le preguntó, una vez más.
El ente chasqueó los dedos e hizo aparecer la imagen de un gato muy a gusto con una familia humana. El gato quedó pasmado. Jamás, en sus cortos años de vida, pensó que un hogar de esas características sería lo que más anhelaba, porque ni siquiera pensar podía. Su único móvil, preso de los instintos, era la sobrevivencia.
El gato no tenía tiempo para seguir respondiéndole al ente. Debía seguir su camino, para encontrar eso que estaba buscando. El ente comprendió la situación, y se apartó del lugar donde estaba, mostrando que, detrás suyo, estaba el cuerpo de un gato, ¡Era él mismo!, su cuerpo estaba completamente destrozado y arrollado. Había huellas de un vehículo en su vientre. El gato se quedó horrorizado. Luego, permaneció en shock, completamente en silencio.
-No viste las luces. Ese fue tu destino, querido amigo-, dijo el ente, como si se tratara de una sentencia.
El gato miró su propio cadáver durante largos minutos. Luego, se repuso y se dirigió al ente.
-Ahora, ¿dónde se supone que vaya? -, le preguntó, muy afectado.
-A ver las luces-, respondió el ente.
El gato retrocedió, asustado ante la declaración, que se sintió como una amenaza.
-¿Quién eres?-, preguntó.
-Soy la muerte… pero puedes llamarme mortem-.
-¿Mortem?-.
-Me lo acabo de inventar-, dijo el ente, mientras se guardaba la risa.
-Ahora ven. Ya no tienes que preocuparte por nada. Tu cuerpo no está afectado por el pecado-, remató, con una voz lúgubre.
Aunque el gato quedó, en sumo, traumado con la revelación, sabía, muy en el fondo, que era eso lo que estaba buscando, y que no debía seguir haciendo esperar a la muerte. El gato, luego de acicalarse y quitarse los nervios, simplemente asintió con su cabeza, indicando que estaba listo. Así, fue conducido hacia las alas abiertas del ente, las cuales desprendían un aire tenebroso y una ventisca gélida. Se asustó mucho al principio, pero, al notar que, poco a poco, perdía su centro, se dejó llevar por esa oscuridad, totalmente rendido.
A medida que pasó el tiempo, el gato logró encontrar una remota e inexplicable paz, una que jamás había imaginado. Dejó de pensar y de rumiar como antes. Pronto, una gran mano humana lo acarició sobre su cabeza, lenta y suavemente, y lo condujo hacia el vacío, donde dejó de ser.
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