Debo decir que solo he recibido dos cartas escritas a mano de parte de ex parejas. La primera carta fue por motivo de ruptura. La recibí hace ocho años. Una carta, en sumo, desagradable, seca, cortante. Venía dentro de un ejemplar de Pedro Páramo que le presté a esa ex y que ni siquiera se molestó en leer.
La segunda fue hace ya un año, escrita por mi última polola. Su motivo era la reconciliación. En esa carta, ella dejaba en claro que estaba segura de lo nuestro, y que quería que "remáramos para el mismo lado".
A casi dos meses de terminar, puede que esa no haya sido la metáfora apropiada para nosotros. Tal vez remábamos en un océano demasiado vasto, sin avizorar luz ni tierra firme. O tal vez lo hacíamos en un río contracorriente, caudaloso, sin poder evitar las piedras ni las redes de pesca.
La cosa es que se intentó, pero lo mejor era evitar un camino incierto. De todas formas, conservo aún la carta. Ella me la devolvió, luego de habérsela llevado. Decidió dejármela, ya que, después de todo, iba dedicada a mí, y le pertenecía a su destinatario, no a su autora. "Tú verás lo que haces con ella", me dijo.
Hay algo en su carta que permanece, un recuerdo sarcástico, una distancia insalvable que, sin embargo, se diluye al momento de leerla, un compromiso sentimental cristalizado en la escritura, únicamente posible tras el velo de sus líneas. Así es como, de un tiempo a esta parte, se han acabado mis amores: con un nombre doloroso y un punto final.
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