viernes, 11 de octubre de 2024

Tengo una mesa en la pieza que da justo al lado de la ventana, con vista al exterior de la calle, desde un segundo piso. Pasa muy poca gente y escasos vehículos a esta hora. De repente, uno que otro jugoso gritando incoherencias que se disuelven luego que el jugoso se pierde en la esquina siguiente. A lo lejos, se escucha uno que otro ladrido de perro. Las luces de los postes alumbran los rincones vacíos. Se siente un silencio muy agradable que colinda con el silencio aquí adentro. La noche de viernes invita al reposo y a la introspección. Mientras otros salen de carrete, yo permanezco en la mesa con una taza de café, tanteando la próxima línea en el borrador. Después de mucho tiempo, acostumbrado a esta dinámica, yo diría años, muchos años, puedo decir abiertamente que me encanta esa paz, esa paz que me brinda la soledad, el tiempo y el espacio que me permiten el disfrute de este anodino discurrir, sin mayor expectativa que la reflexión tardía y el pensamiento trasnochado.

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