lunes, 7 de octubre de 2024

Cuando enseño un contenido, suelo ocupar un ejemplo práctico antes de pasar a lo más conceptual. Hoy introduje el género dramático. Les pregunté a los alumnos si podían definir qué era un drama, y si habían vivido alguno en su vida. Como ninguno se mostró presto, volví a repetir la pregunta: ¿Qué drama habían vivido? Uno habló sobre un asalto; otro, sobre el incendio de su casa. Cuestiones que ya antes había escuchado, lamentablemente, de otros compañeros suyos, una situación que se estaba volviendo rutinaria, anecdótica, en el país. Eran situaciones esperadas en un contexto más o menos convulso.

Sin embargo, la respuesta súbita de un alumno me sorprendió: -Nacer-, dijo. -Ese es el drama-. Silencio, de pronto. Le volví a preguntar, esta vez, a qué se refería con eso. -Uno no pidió nacer, así de simple-, contestó el alumno, sereno y muy tranquilo. De inmediato, me remitió a Segismundo en La vida es sueño de Calderón de la Barca. El cabro no lo había leído, pero intuyó -sin quererlo- el sentido profundo de su monólogo. "¿Sabe a quién me recuerda? A Calderón de la Barca", agregué. "Le sugiero que lo lea". Anotó en su cuaderno y luego siguió escribiendo otro texto que no conseguí descifrar.

El solo hecho de haber dicho que el drama verdadero era nacer, lo distinguía del resto. A veces, las reflexiones más profundas, al hincar en el nervio de la condición humana, generan esa sensación de haber tocado algo infranqueable, solo accesible a ciertos caracteres. Había pensado en recomendarle al cabro la lectura del filósofo misántropo, Schopenhauer, pero desistí. Quería que el propio cabro se diera cuenta y tanteara un posible recorrido a través de la literatura y la filosofía del pesimismo. Un sacerdote místico tenía que ser el inspirador. Un largo trecho le espera. Las búsquedas, las verdaderas, siempre son personales, como las iniciaciones. Y el profesor puede solo ser el guía, el guía hacia el camino propio, sea este, a futuro, luminoso o repleto de senderos tenebrosos. No le corresponde recorrerlo a nadie más que al alumno, pese a él mismo.

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