jueves, 25 de abril de 2024

La caída del Monumento a la Solidaridad: Fin del clásico “Mojón de cobre” porteño

Se anunció hace poco la demolición del Monumento a la Solidaridad de la Av Argentina frente al Congreso. Su propio creador, el escultor Mario Irarrázabal había planteado la idea de recuperarlo, luego de haber sido quemado en febrero del 2020, en el contexto del “estallido social”, por parte de sujetos desconocidos. Pese a todos los esfuerzos, finalmente se optó por la drástica decisión de sacar el monumento. Irarrázabal afirmó que no fue posible restaurar la escultura, ya que su estructura interna fue carbonizada entera y se requería de una inversión demasiado elevada para volver a ponerla en pie, cuestión que resultaría inútil, a la larga, debido a la fatiga de material.

El escultor apuntó directamente a los presuntos responsables, señalándolos como “anarquistas”. Sin embargo, manifestó que no tomaría represalias contra ellos, que simplemente destinaría los restos del monumento para trabajos de escultores porteños en la Escuela Municipal de Bellas Artes. Así es como acaba otro ícono arquitectónico de la ciudad puerto. El legendario “mojón de cobre” estaba a punto de cumplir treinta años, símbolo de la solidaridad y también, de manera sarcástica, fiel expresión de nuestra materia prima.

Un amigo recuerdo que me comentó sobre la quema del monumento, y advirtió su parecido con el “fuego de Prometeo”. La tónica de esa época eran los atentados contra los monumentos de la ciudad, en un ejercicio vandálico reivindicativo de cierto espíritu jacobino. En cierta manera, la caída del “Monumento a la Solidaridad” representa el impacto vivido por las esquirlas de aquella insurrección pasada. Había que sembrar la discordia en cada uno de los rincones, y debían ser sacrificados, en esa intentona, los símbolos más populares de la ciudad, no importaba a qué costo.

Hoy sí que se resiente la memoria de lo público. Aparte de caer el entrañable monumento, caen otras construcciones y otros espacios sin esperanza de reconstrucción, ante la mirada impertérrita de las autoridades, que se supone debieran velar por el patrimonio material. A mí, en lo personal, nunca me impactó tanto la estética del “gran mojón” de Valpo. Sin embargo, algo me conmovió al saberlo derruido por la acción de ciertos sujetos. Arremetieron contra una obra cuprífera, hecha del material que empuja nuestra economía y, a la vez, arremetieron contra su sentido político. Algo se rompió en esa mole de cables entrelazados: un caduco ánimo solidario, en medio del fuego que abrasa el inconsciente colectivo de los porteños, porque la solidaridad, vuelta un monumento de cobre, vuelta una institución, no podía sobrevivir a la saturación, a la rabia incontenible, a la indignación y a su tempestad barbárica. La tempestad de los refundadores ha hecho lo suyo.

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