Con todo, uno se da cuenta que casi cualquier relato o narrativa sobre la realidad, por infundada que parezca, se puede sostener con el suficiente lobby y el suficiente espacio o aparataje mediático. Es cosa de "saber hacerla", en buen chileno. Es un síntoma propio de lo posmoderno: relativizar la verdad al punto de volverla un discurso a articular a tu conveniencia. Lo vi y lo sigue viendo, no solo en política, también en círculos culturales y literarios, donde se supone esas lógicas pueden, por lo bajo, ser cuestionadas y, por el contrario, son, muchas veces, legitimadas.
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