domingo, 23 de abril de 2023

Sé que sonará a cliché, pero algunos de mis encuentros sexuales más memorables siempre han sido al abrigo de la lectura de un libro de poesía, durante la madrugada, con el relajo a tope, después de una noche de copas, música y conversación. Claro está que la química con la compañera propiciaba la magia, pero el hecho de leer un libro como "previa" tenía su cosa de rito secreto, decadente y, por lo mismo, romántico. El hálito al momento de la intensa lectura tenía su cuestión magnética, allende las páginas. Había un significante en el libro que le daba un plus de significado íntimo. Ahora vuelvo sobre algunos libros, recreo la nostalgia sobre algunos versos y sus pasajes, y escucho en mi cabeza retumbar las risas, los sollozos y los secretos al oído como si se tratase de una orquesta metafórica. Continúo con la mirada sobre la biblioteca, sobre la cama y sobre la mesa donde, ebrios, cambiábamos el mundo y no puedo dejar de recordar las páginas allí leídas, carbonizadas por la intensidad en la memoria. Esas páginas de poesía fueron la antesala de la carne y el legado de su inmolación, testigos de su caída ante la pasión humana. Lo único que nos sobrevivió fueron esas páginas, su rumor de trasnoche, allende el tiempo y su ruptura.

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