sábado, 15 de abril de 2023

Ayer ocurrió lo que nunca antes había ocurrido: dos cabros se agarraron a pelear durante mi clase. La cuestión partió con el chico más desordenado de Octavo, quien increpó a un compañero con Asperger, supuestamente, por haberle “sacado la madre”. En un momento de la clase, al estar yo de espaldas a la pizarra, la pelea entre estos dos cabros se volvió más y más intensa, hasta llegar al punto en que el chico desordenado empujó al increpado, botándolo al suelo. Fue así que este último se levantó furioso, con ánimo de pegarle. Ahí fue donde intervine yo, separando al cabro que acababa de ser empujado. En ese instante, conté con la ayuda de su hermana, que sirvió de mediadora.

La clase se interrumpió en el acto. Muchos de los compañeros trataban de apaciguar la pelea, y otros se mostraban distantes, asustados o indiferentes. Desplacé al chico enojado hasta afuera de la sala, y hablé con él junto a su hermana. La idea era calmarlo para evitar que la situación fuera a peor. Mientras tanto, llegó una inspectora a tratar de averiguar qué pasaba. Le expliqué todo lo sucedido y le pedí que contuviera al chico enojado para poder hablar con el otro chico dentro de la clase. Al volver a la sala, hablé con el curso y les pedí encarecidamente que contribuyeran a mantener un buen clima de aula, cuando cosas como estas sucedieran. Muchos de ellos asintieron; otros, seguían con su indiferencia.

Volví a salir de la sala por unos momentos, para poder contarle todo al inspector general, pero no se veía por ningún lado. Entonces, regresé a la sala con la vana expectativa de retomar el rumbo de la clase. No hubo caso. Ya se había perdido el timón. El ambiente lo había perturbado la pelea. En eso, volvió la inspectora con el chico y su hermana. Parecía más calmado. En cambio, se soltó y corrió con mucha rabia hacia la sala. Al querer entrar, tuve que detenerlo y contenerlo, nuevamente. Iba con un solo propósito: pegarle a su compañero, cobrarle ojo por ojo, diente por diente, a quien consideraba su agresor. El cabro aludido, sin embargo, no se encontraba en la sala. Se había logrado escabullir al patio, en medio de la conmoción.

Los dos cabros se habían ausentado de la clase, y uno de ellos fue a buscar al otro. No pasó mucho tiempo hasta que llegó el inspector general. Ya enterado de la pelea, por medio de la inspectora y la hermana del chico empujado, consiguió separar a los aludidos y calmar las aguas. Yo hice lo mío con los pocos cabros que aún quedaban dentro de la sala, en calidad de testigos. Muchos de ellos se habían preocupado por la pelea, aunque nadie se involucraba realmente, por miedo a tomar partido y ser señalado. Les hice saber que cuestiones como esta no podían volver a suceder, que ellos mismos también debían ser parte de la convivencia escolar, que la violencia solo engendra violencia, que no eran las maneras de tratar al otro, aunque yo mismo sabía, en el fondo, que dicha agresión era un síntoma de otras cosas que rebasan la sala de clases y que son ajenas al mero ejercicio pedagógico in situ.

“¿Y si la violencia escolar no es otra cosa que el reflejo de la violencia en la sociedad?”, preguntaba la otra vez una colega, al discutir sobre otro hecho parecido que involucraba a unas cabras del liceo de enfrente. Volví sobre esa pregunta, en el momento que acabó aquella clase, devenida un hervidero sin cohesión. Yo quisiera ir un poco más allá: ¿Y si la violencia de los cabros no fue otra cosa que una violencia internalizada por aprendizaje? ¿Dónde empieza? ¿Dónde termina? Si hiciéramos el ejercicio de desentrañar factores, el golpe de la violencia resonaría en la sociedad completa, porque hay quienes la justifican con argumentos dignos de Maquiavelo, pero también hay quienes prefieren callar y no reconocer su propia sombra, en momentos límites, donde se traspasa la tenue frontera entre la templanza y la barbarie.

Los chicos de la “camorra” se fueron suspendidos durante unos días. El inspector general habló con ellos y con el grupo curso, de manera expresa. Se les comunicó a los apoderados el contexto de la pelea. Todos, de alguna manera, reaccionaron enérgicamente para resolver el conflicto. ¿Pero será suficiente? ¿Quién garantiza que el día de mañana los cabros no vuelvan a enfrentarse? ¿Acaba eso con una eventual arremetida de la “sombra”? ¿Qué hay de nosotros, los grandes, los adultos? Nadie está exento de ser contaminado por la sombra. Nadie puede anticiparse a las voluntades ciegas del otro. La violencia no te avisa, te salta en la cara. Nadie tiene la respuesta suficiente, frente a este fenómeno, porque cuando ocurre, ciertamente, ya ha sido incubado sin que nos demos cuenta. Simplemente, lo que vemos son las esquirlas de una bomba de tiempo, y una reflexión cuyo cronómetro siempre llega demasiado tarde.

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