sábado, 15 de abril de 2023

A la partida de Abel Posse, samurai del mito

Tras la partida de Abel Posse, vuelvo sobre la historia como sobre un mito. Al hacer mi tesis de grado sobre su novela “Los perros del paraíso” de 1983 (que cumple cuarenta años), recuerdo que dudaba si acaso la idea que tenía de ella se correspondería con la realidad histórica o solo sería otro ejercicio hermenéutico demasiado antojadizo. Así, mi planteamiento sobre "América como un pandemonio", o sea, como un espacio-tiempo marcado por la violencia, el caos y la incertidumbre, tenía que relacionarse directamente con la indeterminación histórica del continente americano y su complejidad ontológica a raíz de su innegable herencia española. Fue a partir de esta postura que mi tesis sobre la novela de Posse fue cobrando una dimensión insospechada, un alcance muy contingente. ¿En qué sentido? Pues, que gracias a la lectura del escritor y su obra revitalizadora del mito pude afianzar una mirada crítica sobre aquellos proyectos reivindicadores de una identidad única y de una pretendida autonomía con respecto a la cultura oficial, aquello que ciertos americanistas llamaban “neocolonialismo occidental”.

Con la visión posseana, logré comprender el origen y el devenir de nuestra cultura hispanoamericana, desde otra dimensión, a través del dispositivo literario que actuaba, en la obra de Posse, como un ejercicio mítico-poético con un fin creativo y, a su vez, desacralizador de las leyendas –negras y blancas- y de los relatos oficiales, casi siempre, en su mayoría, totalizantes, aglutinadores y carentes de matices y márgenes. En Posse, con su novela Los perros del paraíso, se trataba de la “carnavalización” de la América, afirmar su absurdo como punto de origen para la restauración de su historia y de su destino. Nunca se trató de buscar una naturaleza, ni tampoco unas raíces perdidas como “espejos enterrados” (a decir de Carlos Fuentes). Siempre se trató, en cambio, de asumir que no existe una raíz unívoca para Hispanoamérica, porque finalmente lo que heredamos es la tradición española que bebe de la cristiandad de Occidente, y el evidente mestizaje de los pueblos explicaría que hubo, al fin y al cabo, una hibridación total que forma parte de nuestro propia cosmovisión y esquema de pensamiento.

Abel Posse siempre fue contundente en esto: para él, nuestro lenguaje construyó nuestro mundo, por lo que, sin España, sin la lengua española, simplemente no tendríamos literatura hispanoamericana, no sería posible “un Neruda ni un Vallejo”. Seguramente fue esta, entre otras razones, las que le valieron a Posse la enemistad de los indigenistas posmodernos y los promotores de la leyenda negra. Sin embargo, el escritor fue siempre fiel a sus premisas, a sus intuiciones literarias y a su predilección por la mirada mítica, más allá de banderas y de causas militantes. Me quedo con estas palabras suyas, dichas en una entrevista de 1990: “el escritor hace una política inmanente a su obra, en su espacio de libertad. Cuando se afilia o se agrega a la política pública traiciona la naturaleza y ese espacio propio de acción política. En general el rol de escritor es estar a contrapelo. La adhesión y la definición significan la suspensión de su libertad.”. En definitiva, y parafraseando su legendaria frase: “El escritor es el último samurái”.

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