Tras el despertar del "Monstruo" hace un par de noches, estuve analizando bien su figura, su naturaleza, después de ver un listado de artistas caídos, “devorados” y cavilé sobre aquello que lo caracteriza: su apetito, y aquello que lo provoca. Solo puedo decir: nunca se trata de algo homogéneo, porque su voracidad está circunscrita a la situación del espectáculo, en relación con la coyuntura de la sociedad en determinado momento; y su presa, proveniente del mundo de la música o el humorismo, solo tiene constancia de su aparición en la medida que el Monstruo comienza a mostrar las fauces, inevitablemente, cuando ya es demasiado tarde. El Monstruo aparece siempre allí donde acaba la corrección política de los animadores y comienza el grito de la galera. Si los artistas de Viña menos aventajados pudieran anticiparse a su hambre, podrían salir ilesos, pero ¿cómo saberlo? hay algo en aquella criatura colectiva, intangible que, cual perro en jauría, lo mueve, más allá de la formalidad del show: es el sentir espontáneo de la audiencia que impone su propio código feroz, allí donde huele flaqueza, debilidad o mal gusto, y esa imposición se siente, en ocasiones, arbitraria, injusta, pero, las más de las veces, merecida, oportuna. O el Monstruo es una resonancia del instinto colectivo del momento o bien una representación metafórica del clamor popular. Solo quienes somos cómplices por ver con morbo su engullida, podemos descifrar su devastador simbolismo, al alero de los relatos y las narrativas que lo circundan.
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