viernes, 27 de enero de 2023

El Reloj del Apocalipsis ha vuelto a moverse

Hace seis años, había escrito sobre el llamado Reloj del Apocalipsis, un reloj simbólico que fue creado en 1947 para representar lo cerca que estaba la humanidad de su autodestrucción. Cuando el reloj llegue a medianoche se supone que será el fin. En aquella época, fue movido a 2,5 minutos para la medianoche, situación que no se había visto desde la Guerra Fría. Hoy, el reloj alcanzó los 90 segundos, algo realmente alarmante. Esto se debe, según indican los “expertos”, fundamentalmente a la creciente guerra entre Ucrania y Rusia. Era que no. La amenaza de una Tercera Guerra se ha convertido en el nuevo relato de los señores atlantistas. Pero se sabe, con cura de espanto, que esto genera un mantra de pánico muy conveniente para la coyuntura geopolítica.

Con conflictos políticos que repercuten en nuestras existencias, con coordenadas internacionales que atraviesan nuestros intereses soberanos y con años de una pandemia como excusa para los distintos dispositivos autoritarios, ya hemos encontrado una dosis de inmunización necesaria para la distancia crítica. No hay reloj que pueda medir el nivel de consciencia, porque conforme la crisis avanza, también lo hará la urgencia por repensar los avatares humanos. Así caiga medianoche, la iluminación requiere de volver consciente esa cuota de oscuridad.

Independiente de todo, debería existir un reloj apocalíptico para cada país soberano, en total consonancia con el tiempo de la historia. El de Chile, por ejemplo, estaría oscilando entre el minuto dos y el minuto uno desde 2019, pero esta medición es relativa, y dependerá del prisma político de quien haga el conteo del tiempo. Aun así, Chile precisa de su propio reloj del apocalipsis, tal como Argentina, Colombia, Brasil y ahora Perú. Puede que, de esta manera, aunque suene una locura, una nueva consciencia se instale entre los responsables, para conjurar el tópico del memento mori y actuar en consecuencia, porque el tiempo apremia, porque el país entero oscila, hace rato, entre la medianía y el descalabro, como si un gran segundero se viera en su horizonte, moviéndose en forma de péndulo hipnótico, en un limbo permanente o en un bucle sin salida aparente.


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