-Profe, póngase la mascarilla, no lo reconozco sin ella-, me dijo un cabro, literalmente, en la mañana. El verdadero rostro permanecía oculto. Ahora, por fuerza mayor, la mascarilla pasó a ser el rostro. Llegó un punto en que no pudimos reconocernos sin él. Quitárselo equivalía a desaparecer.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario