¿Y si te dijera, querida, que lo nuestro siempre fue un show, nada más que un espectáculo montado para la vitrina y para el vulgo, una ventana abierta en una casa de cristal?
¿Y si tanto las rabias como los júbilos, incluyendo los procesos y sus consecuencias, siempre fueron un simulacro, una escenificación grotesca y trasnochada de los espejos del otro? ¿Y la verdad, sombra impostora, nunca estuvo allí donde creímos que estaba?
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