domingo, 14 de noviembre de 2021

Otro fragmento del intento de novela romántica existencial que estoy escribiendo, entremezclada ficcionalmente con contingencia y otras yerbas:

-Cuántos recuerdos en esa casa ¿no crees?-. Ella me escuchó. Se dio vuelta lentamente y me miró a los ojos: -Dime, pero en serio ¿sabes realmente lo que quieres?-. -Pero obvio, ¿por qué me lo preguntas?-. -Es que de repente siento que no lo tienes claro-. -Pero por supuesto que sí. Estar contigo. Eso es lo que quiero-. La tomé fuertemente de las manos: -Solo te pido que seas honesto. –Lo soy-. -No juegues conmigo, por favor-. –Nunca lo haría-. Me pidió que la llevase a su nueva casa. La vieja solo la ponía melancólica. Entonces, bajamos como pudimos esa interminable calle nocturna, bien arrimados uno al lado del otro. Al llegar, nos abrazamos y besamos furiosamente para luego follar como si al día siguiente nos arrojaran a la fosa común. Fueron, ciertamente, instantes que aún viven en la memoria como un osario después de tanta carnicería. ¿Quién pensaría que, mucho después, las cosas llegarían a precipitarse de la forma que lo hicieron? ¿Quién pensaría que un muro de odio se levantaría para dividirnos la vida entera? Con qué facilidad damos nuestra palabra en momentos que creemos de íntima comunión, para luego romperla al más mínimo inconveniente. Allí donde lo nuestro era una fiesta, se prolongaría más allá de lo necesario, pactando un compromiso improbable en el que el caos pasaba a ser un destino. Tal parece que ese sería el libreto de nuestra historia, tal parece que esa sería la política del mañana, el caos, y no cabía allí otra alternativa que la sospecha o la desilusión.

No hay comentarios.: