A pasos de la plaza Echaurren, bajando por calle Almirante Riveros, un hombre con polera de Judas Priest, notoriamente ebrio, se paseaba después de la hora del toque de queda. Iba a rostro descubierto y sin salvoconducto. Fue interceptado por algunos uniformados que circundaban el perímetro. Claramente intimidado por su presencia, les dijo:
-Disculpen, soy humano…
Ante el silencio de los uniformados, comenzó a hablar solo.
-¿Aló?
-Dios te ama
-….
-Somos todos chilenos.
Mientras hablaba, nervioso, trataba de buscar la mascarilla entre sus bolsillos.
-Aquí está la mascarilla.
Por fin habló un uniformado, y le indicó que se la pusiera.
-Sí, me la pongo altiro.
-…
-¿Le digo algo? Estoy ebrio. Disculpen, perdonen.
No soporto el mundo.
En eso, hizo el ademán de estrecharle la mano a otro uniformado, en un intento de simpatía, pero este lo paró en seco, recordándole que debía mantener la respectiva distancia. De modo que el hombre ebrio retrocedió y volvió a disculparse, levantando la voz, un tanto ofuscado.
-No hago nada, no tengo alma-, repitió.
Cuando terminó de decir que no tenía alma, el uniformado del principio, el de la mascarilla, le entregó su carnet de identidad al hombre y le pidió que siguiese su camino.
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