domingo, 30 de diciembre de 2018

Se viralizó hace poco una "lista de la suerte" japonesa. No se explicita mucho el origen de la lista ni su trasfondo, aunque es muy probable que eso a la mayoría de la gente, a estas alturas del año, no le importe, con tal de que la lista le ayude a interpretar la suerte que tendrá el año que viene. Para poder leer el tablero de la lista, la gente tiene que ubicar su mes y día de nacimiento en una serie de números. El mes corresponde al segundo y el día al tercero. Según eso, y mientras el número que les toque esté más arriba en la lista, serán más "afortunados". Tampoco la lista se molesta en explicitar en qué sentido la gente será más afortunada, solo se limita a señalarlo. Pasa algo parecido con el horóscopo y su efecto de influencia sobre el devenir y las acciones de sus seguidores, solo que en este hay categorías identificables: amor, salud y dinero. En la lista japonesa, en cambio, la tan mentada suerte se tiene que entender en un sentido más general. Este simple hecho fue suficiente para que la lista tuviera la repercusión que tuvo en las redes sociales. De hecho, y pese a renegarlo en un principio, me vi buscando mi propio número ahí, quizá deseando tener, muy a mi pesar, alguna clase de fortuna, y para sorpresa me encontré en el puesto 36 de la lista, de un total de 366 números. De acuerdo a eso, yo estaría entre el grupo de los cincuenta más afortunados del 2019. Antes de saber el resultado, me había buscado casi en lo más abajo de la lista. Entonces vi mi puesto real, y me reí solo. Supongo que ese vendría siendo el efecto psicológico inmediato de la predicción: servir de placebo proyectando tu sentido de la satisfacción en un futuro imaginario, acaso existente solo bajo un deseo discursivo o, mejor dicho, numérico. Se le confía una suerte que no se tiene en el presente, por defecto, a un número. El mañana, según la lista, es lo deseable. El tiempo presente es aquello que lo arrastra. El mañana es el deseo inconcluso. Por eso la lista pegó tanto, porque se limita a predecir la suerte y no a ofrecer ninguna otra garantía que esa predicción. La gente odia hacerse cargo de su vida. La suerte vendría siendo aquello inconcluso que la saca de sí misma por un momento, y la transporta hacia el mañana.

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