martes, 31 de julio de 2018

"¿Qué es eso, profe, el símbolo del diablo?", preguntaba D, el chico de la fila de al medio al fondo, al ver que estaba dibujada en la pizarra la A de anarquía. "¿Por qué dibujó esa A, profe?", preguntaba otra chica más adelante, obnubilada ante el extraño dibujo con plumón entre medio de los apuntes. La A de anarquía se inscribía como ejemplo en el contexto de los símbolos, los íconos y los índices. Ninguno supo dar una respuesta contundente. La aguda forma de la A fue asociada todo el rato a algo negativo. Había ahí una relación implícita entre forma y semántica. Uno solo, que estaba precisamente desordenando y poniendo escasa atención, levantó la mano. Al cederle la palabra dijo que esa inscripción la había visto en alguno que otro muro en las calles cuando protestan. Un compañero suyo le preguntó: "¿Algo así como un grafiti? ¿Serán las iniciales de algún grafitero?". Este cabro de inmediato le respondió: "Que no hueón. Esa A representa algo pero no me acuerdo. Siempre está en las protestas. Y ahí queda hasta el otro día. Todo el centro tapizado con esa A". De ese modo, seguía en su hueveo con el grupo en la parte interior de la sala. D, el cabro del principio, notando que aún nadie se convencía sobre esa A, se paró delante y propuso que la escribieran todos en cada uno de los muros de la sala. Risas desatadas. "No weí", le gritaba el chico del grupo del fondo. Así el curso seguía anotando en sus cuadernos esos y otros símbolos incomprensibles, hasta que la chica silenciosa, en la fila del medio, apuntó hacia un dibujo sobre la muerte personificada que estaba justo arriba de la A, en la sección de alegorías. "¿Eso tenemos que dibujarlo, profesor? No quiero hacerlo. Me da mala vibra". Le respondía que no era necesario, que lo importante era que entendiese por qué ese esqueleto con hábito y guadaña históricamente era asociado con una representación alegórica de la muerte. "Ya lo sé. No hace falta que me lo explique. Sé qué es la muerte", volvía a su inquietud la chica silenciosa. Se le notaba claramente nerviosa, como suele ponerse cuando se presenta algo que no logra asimilar o comprender del todo. El enigmático poder persuasivo y disuasivo de los símbolos se hacía presente, solo hasta que uno de los cabros, disperso al final de la clase, con toda confianza borró los símbolos ya copiados y escribió sobre ellos, en cambio, una serie de iniciales y líneas desordenadas que figuraban alguna suerte de técnica callejera, sobre la misma pizarra como símil de los muros de la ciudad, desplegando un lenguaje icónico del todo indescriptible para el impávido profesor, y a vista y paciencia del resto de los compañeros que se sumaban gozosos al festín gráfico.

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