martes, 24 de abril de 2018

Nunca me ha tocado organizar un día del libro. Y esto se debe a la sencilla razón de que nunca en el día del libro me ha tocado clases. La otra vez, la coordinadora del departamento de lenguaje anunciaba las actividades para el susodicho día. Las volvía a repetir luego en la oficina, estando yo presente, en una seña indirecta de mi hipotética participación. Me di por aludido, solo con la salvedad de que no cumplía horas lectivas. La coordinadora solo alcanzó a mencionar que me tendrían considerado para cooperar en lo que fuese, aunque ese día no me correspondiera venir. Sugería que hiciesen trueques de libros, que armaran alguna clase de biblioteca improvisada o que, en su defecto, hicieron alguna especie de lectura colectiva, qué sé yo, algo bonito, algo que sonara más o menos edificante con tal de dejar tranquila la conciencia del departamento, y el alma lectora del colegio. Bueno, hoy era el día en que se supone esas sugerencias serían tomadas en cuenta. Como no me tocó ir, no supe ni qué se hizo finalmente. Mañana, por supuesto, será el día en que toque dar con la lectura atrasada de la situación, y en el que toque rendir cuentas al departamento completo por mi participación fantasmal, como quien vuelve a un libro leído a medias por inevitable postergación de la vida.

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