sábado, 17 de marzo de 2018

"¿Y qué se supone que haremos con las horas de permanencia que quedan volando?", era lo que se preguntaba el colega de física en la sala de profes. "Las horas que quedan volando", una imagen desafiante por lo poética y, en cierto modo, por lo científica. Una colega parvularia y otro de historia trataban de seguir la discusión alegando también sobre la indeterminación respecto al propósito de las horas de permanencia que, según ellos, se destinan para planificaciones y evaluaciones, pero que también muchas veces involucran otras tareas como actividades extra curriculares, preparación de reuniones, hasta pequeños favores un tanto licenciosos, dispuestos por parte del director. Qué hacer con esas horas fuera del aula, que de todas maneras se contarán en la liquidación, aunque sin un quehacer unívoco, siempre sometido al arbitrio de la comunidad y a decisiones que exceden el currículo. "Está bien destinar una hora para realizar algo puntual, pero nada que ver que dispongan de esas horas casi de forma sistemática para cualquier cuestión", repetía la parvularia, compenetrada, seriamente preocupada por esta tergiversación del tiempo curricular. Agobiado también por esa hora que quedaba volando, que sería contada en la planilla pero no sabiendo todavía si destinarla exclusivamente para atender, planificar o evaluar, volvía sobre el punto inicial de la conversación un poco para romper el hielo. Dije entre mí: Si esas horas que se supone cubren todo lo referente al trabajo fuera de clases fueran suficientes, entonces el problema no radicaría en el tiempo sino que en su forma de concebirlo, digamos, de invertirlo, para usar un término más pragmático. Concebir o invertir el tiempo de permanencia. ¿Qué es lo que permanece: el tiempo que ahora destino para todo lo que supera el ámbito de la clase, o la imprecisión sobre qué hacer o no hacer dentro de ese tiempo? ¿Qué era lo que se discutía: la indefinición sobre el sentido de esa hora de permanencia o el no poder tomar el control sobre ella para destinarla hacia lo que se estime conveniente?. Luego de profundizar en esas disquisiciones, soltaba una réplica que simplemente confirmaba lo previamente pensado. 

Después de haber terminado de hablar, el meollo del problema persistía volando, sin ánimo de concluirse. Los colegas parecían más interesados en dilatar el hilo de aquella discusión que en ofrecer una salida eficiente y coherente. Dada la premura del dialogo y la prisa por volver a clases, todos parecían regodearse en alcances filosóficos sobre el tiempo, su condición maleable o inaprensible, o en la persistencia de cierto estado constante de diligencia y de reflexión, acaso con uno que otro recreo o hueco de ocio para "arreglar al mundo" y volver luego a la realidad de rehacer lo deshecho. Cuando subían al paso sincopado del timbre, el colega de física, marchando a la vanguardia, muy adelante, alcanzó a dar una tímida vuelta y a proclamar unas palabras poco legibles dado el ruido general. Solo la parvularia, elegante, taciturna, lo iba siguiendo a un par de metros. Se le escuchaba decir: "Y nos fuimos volando", durante el momento en el que efectivamente todos desaparecían para volver a ocupar el espacio de las salas vacías y el tiempo muerto de lo que nunca permanece del todo vacío.

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