jueves, 11 de enero de 2018

Estamos de acuerdo con una amiga por interno que resulta inconcebible que una feria del libro no cuente con baño público. Aparte de las necesidades literarias, también corresponden las necesidades sanitarias. La necesidad del número uno y del número dos, tan transversal a la cultura como lo suele ser el propio hecho de agarrar un libro y salir corriendo al excusado más cercano. Ayer de hecho ese fue uno de los factores de nuestro desencuentro en el lugar. A falta de un baño ella tuvo que marcharse e irse a un café cercano, maniobra que yo mismo repetí minutos después, al preguntarle a un amigo que estaba ahí firmando libros si ella ya se había ido o aún andaba pululando entre los puestos. En el sitio original de acceso al baño del Liceo Bicentenario, que recuerdo estaba al fondo a la izquierda (posición contraria al dicho habitual), había en cambio una zona restringida únicamente al personal de la feria con credencial incluida, y a su lado, lo que solía ser en su tiempo el sitio reservado a las editoriales independientes. ¡Justo al lado del lugar que otrora correspondía al bendito baño de la feria!

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