miércoles, 25 de enero de 2017

De amor y de ideología

Recordé que un compadre de la u hablaba sobre una discusión en un seminario con un profesor marxista. En aquel seminario alguien del público, al parecer un trabajador, le preguntó al profesor: "¿y en el comunismo uno le va a poder levantar la polola al amigo?". Esa pregunta, aunque se vea a simple vista simplona, incluso banal, digna de teleserie, carente de trascendencia filosófica, esconde en verdad todo el meollo del asunto. La voluntad del individuo, manifestada en el deseo por la polola del amigo, yendo más allá de cualquier clase de moral. Hasta dónde puede llegar el código ético en una sociedad que se pretenda abiertamente comunitaria. Pongamos el caso hipotético de ese mismo sujeto, queriendo levantarle la polola a su amigo, pero en una sociedad neoliberal como la nuestra. La pregunta de inmediato carecería del peso que tiene si se la hace con respecto a la sociedad comunista, puesto que la primera se pretende en apariencia tan moralmente relativa que cualquier clase de traición personal o dilema amoroso-sentimental constituye casi una variable predecible. En cambio, en la segunda, pretender engañar al amigo con su polola deriva en una contradicción flagrante contra el espíritu mismo de la sociedad que habita. La sociedad que se permitiera eso, sin que exista una reconciliación de las partes implicadas en el engaño, acabaría devorándose a si misma, en su propia paradoja moral. Algunos dirán que, claro, existen cuestiones que no son literalmente "de todos", como la novia o el novio de alguien, por supuesto. Como decía Kant, las personas deberían ser fines y no solo medios, en cualquier dinámica humana presente o futura. Sin embargo, dentro del contrato de pareja rige generalmente y, aunque no lo parezca, otra clase de lazo. Independiente del contrato social colectivo. Derivado de este, pero autónomo. El lazo del sexo y del sentimiento amoroso, alegando una complicidad irreductible a cualquier clase de ideología. Su dinámica parece tan caótica y tan compleja que solo los implicados en una relación parece que pueden llegar a asimilarla. Que no a comprenderla del todo. En lo que atañe al deseo y la pasión por un otro, quizá solo los herederos de Freud y de la psicología transpersonal puedan ofrecer luces. Son cuestiones que van más allá de la discusión ideológica. Y que se resuelven o, en su defecto, se dilatan, más acá de ella. Una posible revolución no estará exenta de estos baches de culebrón. De estas pequeñas pero grandes escenas de celos. El deseo desconoce explicaciones. La pureza ética, en estricto rigor, es solo un ideal apetecible. Una abstracción demasiado ficticia.

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