jueves, 9 de julio de 2015

Es increíble cómo al acercarse el final de un ciclo, se rompen las reglas, las categorías se borran, los límites se violan, al igual que en una curvatura del espacio tiempo, como en una nueva teoría cuántica, eso demuestra que el curriculum es otra cuestión convencional. Cómo por ejemplo en una clase de ortografía un alumno se interesa por un disco de King Crimson, entonces por un instante la melomanía se come al lenguaje. Cómo en una clase de repaso sobre el género lírico salen a colación los videojuegos, en un intento por parecer juvenil, entonces la clase se vuelve una vanguardia o simplemente una distracción. Y cómo finalmente en una clase de lenguaje común todos se toman un minuto de confianza, y cada quien le dice al otro lo que no habían querido decirse por miedo o verguenza. Ninguna clase concordó exactamente con lo planificado, así como aquellas improvisaciones en escena que se salen del libreto. La U nos hacía creer en un mundo de Bilz y Pap donde todos los alumnos seguirían al pie de la letra los objetivos y, sobre todo, la ficción de que ellos cumplirían a cabalidad las actividades y estarían satisfechos y agradecidos con el trabajo, como en una suerte de convivencia constructivista del primer mundo. Pero la realidad, cruda, irónica, le da la bienvenida al cambio. Se acerca el fin de algo, se siente que se sigue con lo de siempre, entonces la rueda toma otro rumbo, desconocido, a veces incómodo, a veces simpático, pero definitivamente otro. Y toca sumarse a la fiesta, y toca reescribir el libreto, y decir que, por ahora, ya nada queda.

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