domingo, 14 de junio de 2015


No encuentro nada más anti pedagógico que la palabra futuro. Nunca entendí a esas profesoras que decían que eramos "el futuro de Chile", como si aquello fuera un título de nobleza, una etiqueta que le devolvería la sonrisa a los padres, le cerraría la boca a los incrédulos, y le daría una lección a los matones, con cierta buena intención pero a la vez con el solo afán de poder congeniar con el grupo curso y así generar el ambiente idóneo para continuar con la rueda de todos los días. En el fondo nos dejaban sin querer el peso de una incertidumbre con la cínica excusa del progreso y la felicidad. Daban a entender que eramos responsables de enmendar el fracaso y la incompetencia de nuestros mayores, no sabiendo realmente hacia dónde iba todo eso y de donde venía. En nuestro desconocimiento y sobre todo en nuestra total displicencia del mañana sonreíamos para hacer más llevadera la jornada, pero seguíamos en nuestro hueveo constante, cada uno hueveaba a su manera, otros jugando a la pelota, otros adentro maquinando no sé qué cuestión en su cabeza. El hueveo era en nosotros un estilo de vida, la sangre que nos permitía boicotear las prohibiciones. El futuro era, en cambio, como copiarle el examen al tiempo, una cuestión absolutamente reprobable pero secretamente necesaria, una jodida excusa para levantarse de la cama, entre tantas otras, así como las monjas pensaban en Dios como la catársis de sus acciones, fueran estas de la naturaleza que fueren, fuera esta una actividad al aire libre como metáfora de respirar o un pequeño aumento en la matrícula. Una educación, toda una carrera cimentada en esa palabra tan etérea: futuro, para entregar luego a la generación que viene la intuición del final, aquellos recuerdos dentro y fuera del aula como garantías personales, de alguna especie individual e intraducible de realización. Quizá el tiempo que de verdad importaba no era otro que el que cada uno imaginaba sin esperanza de conocer el final, o de siquiera imaginarse si había un futuro posible después de la primera noche fuera de casa.

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