viernes, 18 de octubre de 2024

A cinco años de la asonada de octubre, la verdad continúa enterrada.

Reflexión libre a cinco años de la asonada de octubre

Lo que pasó en esa época fue una especie de psicosis colectiva. Viéndolo en perspectiva, fue una causa de “falsa bandera”, es cosa de analizar fríamente lo que pasó. No fue espontáneo, está más que documentado, hay suficiente literatura respecto de que fue planeado con antelación. Ahora ¿quiénes fueron los artífices verdaderos? Todavía sigue la duda. Hay especulaciones, investigaciones, pero nada definitivo.

El mismo misterio respecto de las causas de esta “asonada” (como afirma Lucy Oporto) deja entrever que hay algo que no pinta bien, algo oscuro, y sobre eso ya se ha escrito mucho, sobre todo de parte de gente de la oposición, este frente político “anti globalista”, el frente en contra de todo este movimiento impulsado desde el poder, y ya no digamos la derecha política, tan cómplice del desastre institucional como el irresponsable espíritu refundacional de sus enemigos.

Estamos hablando de gente como la misma Lucy Oporto, que en su momento criticó la asonada por todo lo que significó, la destrucción a mansalva, la “instintividad sin espíritu”. Después, otro escritor contracorriente, Arturo Ruiz, quien escribió un libro llamado “Estallidos satánicos”, donde analiza un posible trasfondo “satánico” del estallido, aludiendo, por ejemplo, a los símbolos que muchos sujetos arrojaban en las paredes, símbolos del caos; sin ir más lejos, las quemas de iglesias, símbolos sagrados, suma y sigue. También está Pablo Guzmán Ratzinger con su novela “Parabellum”, donde examina de forma muy lúcida y audaz la dimensión espiritual respecto de los hechos políticos sociales en Chile, bajo el contexto mismo de la asonada, expresión misma de un nihilismo radicalizado.

Dicha dimensión espiritual resulta un tópico que no abordan muchos escritores identificados con la izquierda política en el país. Hasta la palabra “espíritu” resulta para ellos ajena y reaccionaria a su cosmovisión. Este es otro punto: que desde cierta izquierda se ha mitificado la fecha del 18 de octubre, pero no se ha hecho el respectivo auto análisis y la autocrítica necesaria al respecto. ¿Qué fue lo que hicieron mal? ¿Cómo pudieron haberlo hecho mejor?

No se han atrevido siquiera a ficcionalizar el asunto desde una mirada más literaria y menos ideológica, porque, para ellos, vendría siendo casi una fecha sagrada, equivalente a un símil con el ascenso al poder de Allende durante la revolución socialista. Sin embargo, acá hubo otra cosa, otra cosa divisoria en la que cabe profundizar todavía, y seguirá habiendo lecturas e interpretaciones al respecto, mientras no se dilucide la verdad, si es que es posible llegar remotamente a esa verdad.

Es necesario recurrir a una lectura simbólica, cuando la simple lectura contingente se agota y se vuelve redundante. Y el símbolo necesariamente nos remonta al mito. Se sabe que los mitos buscan siempre, de alguna u otra forma, encarnarse en la realidad. Pienso, por ejemplo, en el mito de Acteón. Acteón era un cazador que, por contemplar desnuda a Artemisa, fue castigado por ella, convirtiéndolo en ciervo para luego ser devorado por sus propios perros. Que un simple mortal contemplara a una diosa implicaba una profanación. Ahí se ve un posible trasfondo mitológico para las actuales “funas”, sobre todo las falsas funas contra los disidentes políticos. Es el mismo modus operandi: quien comete un agravio, o quien se vuelve persona non grata, es funado, lo que equivale a ser convertido en presa para ser cazado por la turba.

Pienso también en la figura del perro. Constituye un símbolo dual: por un lado, simboliza la protección y la compañía, pero, por otro, está la figura del perro carroñero, el Cinosargo, el perro que protege el inframundo. Y si hacemos el paralelo con el “Perro matapacos”, se estaba, en cierta forma, encarnando un mito. El aspecto más sombrío del mito estaba ahí, su apología de la destrucción. La misma Lucy Oporto lo analizó: el perro oscuro representaría al Cancerbero, sobre todo, el perro negro, un “perro de las sombras”. Por eso, comprender los mitos y saber releerlos a la luz de los acontecimientos es relevante, porque van asumiendo historias y relatos que finalmente tienen una posible transfiguración en la realidad.

Hay mucho por desenterrar todavía. Quien se asuma poseedor de la única verdad histórica está equivocado y solo está viendo las cosas desde su prisma limitado. Hay que ser, en estos asuntos, como un arqueólogo de los misterios que, de alguna forma, repercuten y se manifiestan en el mundo de hoy, atrapado por una visión en extremo materialista, matizada por intereses partidistas o económicos, que nos ofrece solamente una lectura superflua, la portada sensacionalista o el clickbait de redes sociales, sumándole más recovecos a la caverna y manteniendo todo en el status quo.

Chile no despertó realmente, y eso mismo debiera ser motivo de inquietante búsqueda.

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