jueves, 13 de junio de 2024

Exactamente, hace 110 años, en junio de 1914, Valpo se inundó. Hubo un temporal de tres días en el que los oleajes se hicieron intensos y se desbordó la costa, lo que provocó un gran anegamiento en el plan de la ciudad. La página de la Armada de Chile dispuso fotografías, editadas por Hans Frey, como evidencia de aquel incidente. Uno de los sectores más afectados fue el sector del Almendral. Al reventar el cauce de Bellavista, el agua corrió en calle Condell, Salvador Donoso y O´Higgins. En algunas de las fotografías, se aprecian pasarelas provisorias que fueron instaladas en el sector de Bellavista, para el desplazamiento de los transeúntes. Incluso, hay fotos de botes con gente surcando las calles inundadas. Las arterias parecían una Venecia del fin del mundo, con los porteños arriba de los botes, en un paseo tan trágico como exótico.

A más de un siglo de aquella legendaria inundación, fue anunciado el peor frente de “mal tiempo” en veinte años, a tal punto que fueron suspendidas las clases en toda la zona central. “Como en los viejos tiempos”, subrayan algunos, apreciación que comparto. Y es que, durante los años dos mil, el clima, en general, ha tendido más a la sequía. De hecho, se extrañan aquellos otoños e inviernos en que llovía durante más de dos días seguidos. Siempre con garúas, lloviznas, chaparrones y chubascos intermitentes. Escasas lluvias torrenciales y temporales.

Ahora, se supone que retorna aquella “edad de oro” de las precipitaciones. Y lo afirmo muy entre comillas, ya que, para los más románticos, puede representar un apacible escenario de confort y descanso, con unas sopaipillas, chocolate caliente y el sonido del agua sobre el techo. El problema radica, precisamente, en aquellos que no tienen techo. Para ellos, la lluvia implicará un auténtico castigo bíblico. Expuestos, tendrán que capear el aguacero para poder sobrevivir, sin otro resguardo que la intemperie y otra propiedad que el despojo.

La lluvia, centenaria, como un Dios imparcial, vuelve a imponerse a través del tiempo, para recordarles a los porteños que una vez surcó por sus calles, invicta, y lo puede volver a hacer, para reclamar su poderío. No resta otra cosa que la resistencia, ante una fuerza que nos excede, y el regocijo de que, pasada la tormenta, permanezca el elemento vital, limpiando los rincones, refrescando el ambiente y repletando los cauces.

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