martes, 21 de mayo de 2024

Pasé a la Librería Nueva San Cristóbal de Avenida Francia, (la antigua que antes quedaba en Independencia), para resguardarme de la lluvia. Allí eché un vistazo a los libros de poesía, luego de ver unos cuantos de narrativa. Esperaba encontrar algo chileno, así que hurgué en el segundo piso. Había antologías de poesía en edición escolar, y di con algunos ejemplares porteños. Justo en la misma fila que una Antología de poesía chilena de la Generación de los 60 o de la dolorosa diáspora, selección de Thomas Harris, encontré un par de antologías en las cuales yo participé: “Veinticinco peldaños de poesía porteña” (2009), de Agrupación de Poetas Itinerantes Rubén Darío de Valparaíso y “Plexoamérica, Poesía y Gráfica Morelia – Valparaíso” (2012), de Centro de Investigaciones Poéticas Casa Azul, Ediciones Universitarias de Valparaíso. Ambos ejemplares estaban cubiertos de polvo, en un rincón. Fue una extraña sorpresa encontrarse en las páginas de esas viejas antologías y en esa librería, sin proponérselo. Esos libros, aunque no míos, en estricto rigor, aúnan un tiempo, una voz y un registro. Viéndolo en perspectiva, las palabras impresas allí porfían su visión y abrigan un refugio más allá de la tormenta, un refugio legible, rudimentario y nostálgico.

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