lunes, 20 de mayo de 2024

Algo que me conmovió mucho de Bebé Reno fue la brutal honestidad con la que presenta la historia. Que el propio Richard Gadd sea quien la vivió y quien dirige su desarrollo creativo, ayuda mucho. Él vivió la historia, él la cuenta, él tiene la inspiración necesaria para volverla un relato orgánico. También resultó un acierto la postura que adopta Gadd en la trama: no se enaltece a sí mismo, no pretende, desde una superioridad moral, dar una cátedra de virtud. Antes bien, se presenta vulnerable, tan dañado como su propia acosadora, Martha; tan herido, tan frágil, tan contradictorio. Cada suceso en la serie tiene un trasfondo psíquico; no hay aquí enfrentamiento entre identidades genéricas ni entre colectivos sin rostro, hay personas en conflicto, con sus luces y sus sombras, de pronto más sombras que luces, movidas por el deseo, por su hervidero emocional. Lo que ocurre no se puede juzgar fácilmente, es más bien una "cebolla" lacrimógena, una cebolla indigesta, con muy finas capas que el espectador espera desprender, a punta de náusea y de llanto, para revelar secretos y eventos enterrados en la vida de los protagonistas. Tanto la acosadora, Martha, como Gadd, el acosado, representan de manera fluida su propia situación vital, sin aspavientos, "al hueso", su propio teatro de la tragedia, cruzado por una carrera de comedia que más parece un contrapunto sarcástico. Cada uno de estos puntos pienso que explican el éxito de la serie.

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