lunes, 22 de enero de 2024

Un paseo por las "okupas" del centro de Valparaíso

Hoy pasé frente a la que era una casa okupa en Avenida Colón con Rancagua. Ahora luce un terreno baldío. Todo quien haya vivido ahí recuerda bien aquella edificación de tres pisos en la que se dejaban ver muñecas colgando de las ventanas, algunas sin partes del cuerpo, un evidente deterioro y suciedad junto a la inscripción de símbolos que remiten a la magia del caos.

Nunca conocí a nadie que haya habitado esas casas pero, a juzgar por la simbología, se puede decir que practicaban la idea de que “no hay moral, no hay dogma, no hay reglas” tan propia de la magia del caos que, a su vez, remite a las ideas de Austin Osman Spare y el Kia. Hay una evidente inspiración de ese anarquismo nihilista “a la porteña” en la visión caoísta e incluso en la premisa crowleyana de “haz lo que quieras será tu única ley”.

Los símbolos hablaban por sí solos, y lucían la filosofía del pandemonio que en aquellas casas se gestaba, a costa de los vecinos, en su mayoría, gente mayor o gente trabajadora que tenía que soportar los efectos disonantes de los carretes desenfrenados que allí se pegaban los “okupantes”, muy sueltos de cuerpo en su premisa de tomarse casas abandonadas para desplegar allí, a diestra y siniestra, su espíritu tanático y su disolución travestida de arte y de consciencia.

De todas formas, ver un puro vacío allí donde antes había una casa ocupada por jóvenes nihilistas amantes del caos me produjo una nostalgia salvaje, nostalgia por aquellos años en que yo también profesaba ideas similares, de la mano de viejas amistades de la carrera de Castellano de la Universidad Católica. La idea de la toma se había vuelto la tónica de moda entre los más radicales, de hecho, la toma del Gimpert del 2011 fue, a su manera, una okupa, solo que sin los símbolos del caos. Lo que sí tenía era muchas referencias a Marx y a Tiqqun, muchos de sus símbolos, repetidos hasta el hartazgo, como una forma de argumentar ideológicamente lo que, a todas luces, era un despropósito.

Nunca fui punki, ni menos un revolucionario asambleísta. Lo mío era más bien el rock y el metal, la sofisticación intelectual, no la anarquía, pero hubo, de pronto, algo que me remitió a aquellos años de desenfreno, un cierto utopismo distópico, alentado por la rebeldía de la edad, unas cuantas decepciones vitales y unas pocas lecturas apresuradas de Nietzsche, como suele ser en los primerizos que se fascinan con el pensador del martillo.

Pero ¿hay más casas okupa en Valparaíso? Hasta donde yo sé, hay muchas otras, aunque solo conozco por fuera la que está ubicada en Yungay entre Edwards y Carrera. Afuera de ella se deja leer, con un gran grafiti: “No más gente sin casa, ni casa sin gente”. Los que allí “okupan” llevan muchísimos años en lo que llaman “resistencia” y tienen un taller de arte, el TIAO. Según se cuenta, hacen talleres de cine, danza, tocatas, entre otros oficios. La fachada del edificio, que era del Arzobispado de Valparaíso, no tiene símbolos del caos, como el otro Okupa, y al parecer aquí sí que habría, al menos, una propuesta colectiva y comunitaria, más allá de la mera “demolición” (citando a Los Saicos).

Dicen que la Iglesia presentó, el 2007, una querella por desalojo policial contra la casa TIAO, cosa que, por lo visto, quedó en nada. También la casa okupa casi fue desocupada por Carabineros el año 2011, año de protestas, presuntamente por tener extintores y bombas molotov, entre otros materiales explosivos. Luego, la casa volvería a ser asediada por la policía el 2012, por supuestos desórdenes de los “okupantes”. Tiempo después, reflotaron como foco de resistencia durante el “estallido”. Incluso, el 2021, la casa TIAO volvió a aparecer en los medios, tras la confusa y trágica muerte de una joven en su interior, una instructora de danza, cuyos antecedentes nunca fueron aclarados.

No sé en realidad la situación actual de la casa. Si es que efectivamente siguen haciendo aquellos talleres que dicen hacer, si es que siguen las tocatas ska de antaño, si es que su proyecto comunitario ha ido a alguna parte, más allá de la cuadra y del inmueble que ocupan, o si se trata, en efecto, de cabros idealistas, anti sistémicos y bien intencionados, y no simplemente desadaptados sociales inspirados en el nihilismo y el caoísmo.

Lo cierto es que las casas okupas persisten allí, misteriosas, disruptivas, disonantes, reivindicando su propio hamparte en medio de la decadencia urbana del puerto. El transeúnte amante del orden seguirá viendo en ellos, con desdén, la pobreza estética del paisaje citadino y la falta de armonía con el entorno. Y el joven sujeto que recién “sale a la vida” y que está estudiando, seguramente, humanidades, seguirá viendo en ellos el reflejo de su propia pulsión de muerte, su propio sueño de independencia con báltica y punk antes de arrancar de la casa de sus papás.

Resistirán como en una trinchera el embate de la apropiación privada o estatal, se unirán al cuadro pintoresco de nuestra desorganización social o acabarán consumidos, tarde o temprano, por obra del fuego o por obra de su propia humanidad, y sabemos que cualquier sistema, así como cualquier oposición a dicho sistema, solo por el hecho de ser humano, está propenso a corromperse.

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