martes, 9 de enero de 2024

Crónica review sobre el lanzamiento de "Estallidos satánicos" de Arturo Ruiz en la Feria del Libro de Viña del Mar

Antes de comenzar el lanzamiento de Estallidos satánicos de Arturo Ruiz, él me comentaba que su libro iba a ser una novela más que un ensayo. Sin embargo, lo allí descrito cobra más la fuerza de la realidad histórica que de la ficción literaria. En efecto, mucho de lo ocurrido durante el “estallido de Octubre” tenía reminiscencias a cultos paganos o a ceremonias satánicas ya sucedidas en la historia y sobre las cuales hay suficiente documentación (cosa de remitirse a la misma portada: el Perro matapacos cual ídolo pagano, con la postura de Baphomet). La presencia inexorable del fuego en sitios estratégicos, la enajenación de la masa lumpenizada, aquel “lumpenconsumismo” del que hablaba Lucy Oporto (por lo demás, libro con el cual rima y sintoniza muy bien) y el afán de la destrucción de inmobiliario público, sin una propuesta política unívoca, fueron signos de un malestar archiconocido en Chile, pero también señales de algo más grande, quizá más sutil y esotérico, oculto a las lecturas superficiales e inmediatistas.

Durante la presentación, Arturo buscaba explicarle a la gente que no se trata de achacar un “satanismo” a la protesta social, desde una mirada reaccionaria. Arturo Ruiz no es católico. Tampoco un predicador que ataca a quienes no lo escuchan (como sí ocurrió del otro lado, entre la audiencia). No se trata, tampoco, de reivindicar a la derecha, frente a la antigua oposición izquierdista, como algunos aparecidos, con mirada simplista, le reclamaban en el público, haciendo alarde de una retórica relamida, en torno a la legitimidad o no de la protesta o el impune saqueo de los grupos económicos. Ante todo, “Estallidos satánicos” trata, más bien, de realizar un análisis comparado de aquellos hechos de violencia ocurridos durante el período de la “asonada” y sus repercusiones en el plano simbólico: cómo se gestó, a raíz de esta idea, un verdadero “culto a Satán”, comprendiendo el satanismo como aquella “fuerza que aboga por hacer la destrucción solo por el afán nihilista de la destrucción”. Lo que se pretende es ahondar en esa fuerza centrífuga de violencia y nihilismo que nadie, en su momento, advirtió o sencillamente obvió como parte de los “daños colaterales” de la revuelta.

Si uno se aventura en esa explicación, deja sus prejuicios materialistas a un lado y trasciende el mero análisis sociopolítico del asunto, se dará cuenta que Estallidos satánicos se remite a algo mucho más global. El mismo Arturo decía, entre pifias e intervenciones, que lo ocurrido en Chile fue solo un síntoma de una serie de hechos muy similares ocurridos en todo el globo en aquella época, lo que se conoce como “primaveras árabes” o auténticos focos de “Revolución molecular”. Así, tenemos, por ejemplo, que “estallaron” rebeliones en Ecuador, luego en USA con el movimiento Black Lives Matter y también en Colombia. Hay síntomas de un malestar mundial frente a la crisis del sistema económico financiero o visos explosivos de una auténtica trama de conspiraciones que tienen su asidero en fuerzas ocultas muy poderosas, distantes al ojo crítico del ciudadano medio. Esa es la lectura que intenta abrir Estallidos Satánicos: hubo “muchos estallidos”, no solo el chileno, y el chileno solo fue un síntoma, el largo y angosto tubo de ensayo de un experimento global, cuya respuesta en las calles no pudo ser otra que satánica en su sentido destructor, porque hay quienes establecen que para que haya un orden, un Nuevo Orden, debe primero plasmarse el caos.

Y eso fue, en parte, lo que se gestó en la presentación en Viña de Estallidos satánicos. Su propio lanzamiento generó resquemores, por atreverse a cuestionar un relato mediático: el del “estallido social”. Tanto así que parecía, al principio, que fuerzas ocultas saboteaban el evento al caerse un pendón por efecto del viento. Luego, las incontables pifias de aquellos que no tenían otro argumento que la descalificación, reveses que el autor logró soslayar con suficiente ironía. Y finalmente, los contrapuntos de algunos caballeros que achacaban “ignorancia” por no abordar los incontables y sabidos motivos políticos de la protesta, cuestión que el propio autor en ningún momento negó, solo que su libro, sencillamente, iba por otro lado, un lado más oscuro, sutil, oculto, a la masa. Hubo quien, incluso, sugirió que el libro podía ser quemado o botado a la basura si no complacía el relato de la progresía y de los justicieros sociales al uso, lo que viene, precisamente, a confirmar una de las ideas sugeridas del libro: el afán de cancelar al que piensa distinto, el afán de reproducir la lógica dictatorial que se pretende superar, y entonces los llamados progresistas acaban siendo más papistas que el Papa o más fascistas que los bomberos de Fahrenheit 451.

Sin proponérselo, el libro Estallidos satánicos había invocado las brasas del descontento. Hubo quienes hicieron de cancerberos y otros que guardaron el ímpetu democrático, si es que se puede hablar de democracia cuando la cuestión a tratar proyecta una lucha inusitada, un choque de fuerzas inclusive de carácter bíblico. Solve et coagula. Disolver y reunir. Puede que ese haya sido el fin: invocar la disolución del país entero para luego volver a convocarlo en un punto conflictivo. Chile entero fue disuelto por agentes satánicos en el poder y en la oposición, para luego reunir sus escombros y sus pedazos y disipar sus llamaradas. Mantener abierto el fondo de la fosa, con su caldo revuelto, o aplacar por dentro su furia para reflorar un proyecto posible de nación: una patria que renazca del purgatorio, allende sus conspiradores.

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