sábado, 25 de noviembre de 2023

Ayer fui a la fiesta de profesores organizada por la Comunal de Valparaíso, y me reencontré con un ex amigo, compañero de la U. No lo veía hace más de dos años. Nuestra última comunicación fue en el contexto de las últimas presidenciales. Me había eliminado por tal motivo. Estaba acompañado de una chica. Nos saludamos con suma distancia. "Me imagino que estás contento de que haya ganado Milei", me dijo, sin siquiera preguntarme cómo estaba, qué había sido de mí. "No", le respondí, "no estoy contento, pero tampoco enojado". Acto seguido le dije que lo mejor era debatir las ideas, discutir, que no había para qué picarse. El compadre apenas escuchó y preferí seguir de largo a comprar una cerveza. Un gesto de despedida muy rápido y luego lo vi otro par de veces en el evento, apenas tranzando palabra. Si supiera que mi visión ha cambiado durante estos últimos dos años, y si se hubiera dignado siquiera a aceptar mi ofrecimiento de diálogo y discusión, sabría que la coyuntura política nacional e internacional es mucho más compleja que una lucha de barra brava sin matices y que un banal intercambio de comentarios en facebook. La discusión política demanda también un esfuerzo por escuchar al adversario e insistir en los matices, en los claroscuros, en los recovecos, porque no se trata de hacer calzar con fórceps nuestro esquema mental en la realidad, sino que de afinar el sentido de acuerdo a su interpretación, atravesada por la amplitud de lecturas y por el momento vital. ¿Y qué será del ex amigo nuevamente? No lo culpo, debe ser difícil sostener amistades tan distintas a su ideario de mundo y sobre todo a su compromiso ideológico. Puede que nos volvamos a ver en ese mismo tono, como puede que nunca más. Que la historia haga lo suyo.

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