miércoles, 12 de abril de 2023

Algo que me reconforta de estar haciendo clases en un colegio, pese a todo lo jodido del sistema, la precarización del rol docente y la indisciplina de los cabros, es que aún no ha calado la violenta ingeniería social del wokismo en las aulas. Hay problemas de otra índole, de convivencia y manejo de grupo, pero las relaciones entre los cabros se sienten espontáneas y orgánicas. No está esa cosa tan desagradable y artificiosa de corregir el discurso del otro por no ir "acorde a los tiempos" ni de obligarlo a decir tal o cual cosa por miedo a la cancelación: los cabros se expresan libremente a sus anchas, aunque en esa libertad también está el peligro, pero sin ese peligro tampoco hay libertad. No puedo decir lo mismo, en cambio, de las universidades, sobre todo de las facultades de humanidades, tomadas, en su mayoría, por esta ola de corrección elitista, "revolución cultural", digámoslo, impuesta de arriba a abajo, que se diluye al mero contacto con la realidad de las interacciones humanas, "deconstruida", al fin, por su propia inconsistencia.

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