jueves, 20 de abril de 2023

A la salida del colegio, un cabro de un electivo de Cuarto, que casi nunca va a clases, fumaba muy relajado en una esquina. Pasé por ahí, me saludó al verme y pidió hablar conmigo. "Profe, venga", dijo. Me acerqué al cabro. "Profe, ¿qué le debo? Sé que no he ido a su ramo, por eso quiero ponerme al día", afirmó, con el pucho en la boca. "Pues, debe todo, estimado", le contesté, claro y escueto. "Con todo ¿se refiere a todo?", preguntó el cabro, esta vez, más preocupado. "Sí, todo", le volví a contestar. El cabro miró un momento hacia el vacío; luego, botó el pucho, exhaló lo poco que le quedaba de humo y asintió. "Ya, profe, ¿para cuándo le puedo entregar todo lo que debo?", me preguntó de nuevo, decidido. "Lo más pronto posible", le respondí. "Es decir, próxima semana". El cabro se metió las manos a los bolsillos, no sin antes mirarme fijamente. "Ok, profe", dijo. "¿Quiere uno?", preguntó, con el ánimo de ofrecerme un pucho. Le dije que no, que gracias, que no se olvidara de lo que debía. El cabro se echó a la boca el pucho que me había ofrecido, hizo un gesto de aprobación, se despidió y siguió fumando, tranquilamente. Lo miré a lo lejos, todavía parado en aquella esquina. Ojalá que el cabro recuerde hacer lo que debe, que eso que recuerde no se esfume como el humo de sus cigarrillos fumados luego de la cimarra, y que en aquello que olvide, no se le vaya la vida.

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