jueves, 11 de agosto de 2022

Declaro mi independencia política y mi libertad de pensar por mi cuenta.

La independencia política no es otra cosa que la libertad de pensamiento llevada a la praxis, así que su represión, exclusión y discriminación entraría en conflicto con los artículos 25 y 67 consagrados en la propia propuesta de Nueva Constitución: inciso 4 del artículo 25, prohibir la discriminación fundada en opiniones políticas; e inciso 1 del artículo 67, derecho a la libertad de pensamiento y de conciencia. Cabe recalcar esto, hoy por hoy, de cara al plebiscito de salida, sobre todo y considerando la verdadera batalla campal desatada entre ambas opciones, las que han empujado posiciones totalmente radicalizadas y enfrentadas entre sí. Lo paradójico es que los diversos ataques y censuras producidas por esta división de ideas contrapuestas, tanto en los medios como en la vida pública, pasarían a llevar aquellos artículos contenidos en la propia propuesta constitucional, formando, de esta forma, un bucle contradictorio que nadie ha advertido o se ha atrevido a denunciar con firmeza. Por eso, y después de una ardua y tortuosa tarea reflexiva, me he volcado hacia una postura cada vez más distante de la “servidumbre política”, inspirada en la línea del Anarca de Ernst Junger y más cercana a la crítica de la “hemiplejía moral”, ya esbozada a la perfección por José Ortega y Gasset en su Rebelión de las masas. Soy consciente que adoptar esta posición me llevará de inmediato al ostracismo e incluso a la repulsa de ciertos “círculos” que solía frecuentar en el pasado por motivos literarios y con los cuales compartía alguna clase de afinidad política e ideológica. Ese lazo ya se ha roto, por lo que me siento, más que nunca, en plena libertad de acción y de decisión. Asumo plenamente las consecuencias de emprender este nuevo rumbo y este nuevo camino, quizá lo verdaderamente “nuevo”, después de tanto recorrido vital.

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