lunes, 17 de enero de 2022

El caballero jubilado, nuevo inquilino de la casa, estaba en la cocina bebiendo cerveza y sirviéndose un plato de porotos. Al verme, hizo un salud. Para responderle, alcé la taza de café que me iba a servir. Bebió otro poco de cerveza en un vaso y miró hacia afuera de la ventana, pensativo. -Ah que no sabes la última-, me dijo. -¿Qué cosa?-, le pregunté. -Me divorcié de mi señora-, confirmó, con un dejo de júbilo y satisfacción. El caballero que antes sufría por unos atados con su señora durante año nuevo, se había separado, dando corte definitivo al asunto. Lo que eso significó, duelo o liberación, solo él podía saberlo, en su fuero interno, pero, a juzgar por su actitud en la cocina, se le veía bastante bien, incluso hasta con una faz muy distinta a la de aquella tarde de fin de año. -Y tú, muchacho ¿estás casado? ¿Con hijos?-, me preguntó. Una pregunta que, en todo caso, se veía venir. -No, solterísimo-, le respondí, tratando de no ahondar demasiado en cuestiones incómodas. -Ah ya, muy bien. Salud cabro, y disfruta no más. Estás joven-, dijo, esta vez, más contento que antes. Volvió a alzar su vaso de cerveza y yo volví a alzar mi taza de café. Estábamos brindando, por pura casualidad, con motivo de su reciente divorcio, ¿y yo? tal vez, con motivo de mi soltería o de cualquier otra cosa, con tal de darle un sentido a ese brindis. Éramos dos desconocidos, cercanos únicamente por contigüidad, que celebraban a pito de nada su estado civil, con la salvedad de que yo iba recién de ida, y el caballero, de vuelta. Puede que en un futuro, hasta me vea reflejado en él, brindando, en otra casa, nuevamente, por una próxima vida. Siempre hay un motivo, por miserable que parezca, para empinar el codo.

No hay comentarios.: