martes, 6 de noviembre de 2018

Arribó la jodida época de calor, la primavera y la horrenda risa del idiota, como dijese Rimbaud, y la primera evidencia fue el cúmulo de madera molida justo debajo de la ventana que da hacia la calle. Una única termita, solitaria, tímida, se asomó agazapada por entre los contornos de la ampolleta de la pieza. Ella y otras mercenarias habían comenzado ya su festín clandestino. Al rato que la espanté, desapareció sin dejar atrás sus alas odiosas, tal vez en busca de otras luces artificiales. Su visita inesperada fue una advertencia. Vino y se fue cual amenaza de guerra contra un pueblo bárbaro. Pronto serán multitud. En el límite de una diminuta lógica, la insolente luz del sol representará la revancha de su imperio. Así, apago la ampolleta grande y enciendo la chica del velador, en señal de recogimiento, aguardando la estampida.

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