miércoles, 31 de octubre de 2018

Apareció de pronto en medio de la playa, entre una bandada de gaviotas, una paloma blanca. Al señalarla con el dedo, ella me preguntó de inmediato si acaso era religioso. Le decía que no, que solo me parecía curioso que aparecería una así como así. Seguramente pensó que mi impresión ante dicha paloma implicaba que creyera a pie juntillas en su clásico simbolismo. A raíz de eso, comenzó a hablar sobre la fe, sobre la Iglesia o, mejor dicho, sobre la supuesta pureza de valores de quienes tienen tejado de vidrio. "Si te fijas, la paloma blanca representa bien su significado. ¿Sabías que las palomas son terriblemente infecciosas?", dijo. Ella hacía notar que la paloma blanca, pese a su color asociado a la paz, también tenía bajo su naturaleza la carga de la corrupción. Le expliqué que de hecho eran tan o incluso más dañinas que las ratas. Podría decirse que hasta parecen ratas aladas. "¿Ves? Entonces la paz no es tal como la pintan", concluyó, al tiempo que la paloma se acercaba, inocente, entre los roqueríos, escabulléndose del escándalo de la gente, previa víspera del día de los muertos. Esperó a que saliéramos de entre el promontorio de roca, alejado de la orilla del mar, para remontar el vuelo y desaparecer bajo el sol radiante.

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