jueves, 16 de agosto de 2018

Volviendo del plan, una pareja joven, a la altura de Independencia con Edwards, iba casi arrastrando a su hijo que lloraba y gritaba con desesperación, emitiendo alaridos impostados y diciendo: "no quiero ir a ripley! Quiero ir a casa!". Sonidos guturales. Mucosidad entrecortada. Exclamaciones. Todo indicaba que los padres iban en dirección al centro comercial, pero el niño, poseído de hastío y aburrimiento, se negaba con todas sus fuerzas, tirándose al suelo, pataleando, conformando una escenita frente a los transeúntes que miraban al paso, sorprendidos del escándalo callejero del cabro chico. Los padres angustiados, embargados de vergüenza, se miraban con un rostro tenso, hasta que, cruzando la calle, se veía cómo comenzaban a discutir entre ellos. No se lograba distinguir qué discutían pero, por el ademán de la mujer, se veía que ella se alejaba repentinamente con el chico, todavía indomable, y el sujeto se dirigía de todos modos a ripley, que era donde tenían pensado entrar previo a la resistencia del niño endiablado, a comprar o pagar quién sabe qué cosa. -Así es como debe sentirse un típico paseo de compras con tu señora y tu hijo un día feriado a mitad de semana- dije entre mí, al regresar con premura a la habitación luego de comprar un par de cuestiones de utilería para la casa. Valor.

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