viernes, 6 de julio de 2018

Siempre me imaginé a Super Taldo como un traductor incomprendido. En la mítica entrevista de Bernando de la Maza, si uno hila fino y escarba entre medio de las chuchadas y groserías involuntarias de Agustín Arenas, se puede apreciar su afición por la escritura. Confesaba tener una compulsión enfermiza por escribir, "papel que fuese lo llenaba de texto". Para él, según su testimonio, copiar argumentos de películas era una manera de darle una dirección, algún equilibrio a su discurso, a su mente. En medio de exabruptos daba a conocer incluso su proyecto de novela, llamada precisamente Super Taldo, un seudónimo para hablar de Hugo Montaldo, su personaje principal, "famoso en el mundo entero como extirpador de malhechores y delincuentes". Soñaba con una escritura que reflotase a una suerte de héroe. Su síndrome no era tan solo una condición, era un campo de batalla. Fuera de hueveo, sería genial dar remotamente con algún manuscrito de Agustín Arenas. Sin llegar a leerlo, uno ya puede elucubrar más o menos la forma y el fondo de esas hojas desprolijas, llenas de garabatos pero también, a su vez, llenas de genio. ¿Cómo combatir el exabrupto y pese a eso seguir escribiendo? Preguntas que se le podrían haber hecho a Super Taldo, pero que en realidad se le podrían hacer a cualquier escritor. Meterse en el oficio no es otra cosa que combatir las imperfecciones del propio lenguaje. Hacer suyo el garabato, encarnarlo, para luego sublimarlo.

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